Se cumplen 40 años de la Nochebuena en que alumbró la monumental obra de Carlos Cajade y 20 de un reencuentro promovido por La Pulseada, entre los protagonistas de ese momento. Hoy, como en aquel entonces, las políticas de gobierno resaltan y resignifican aquella caminata del cura hacia su propio pesebre.
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Ese día mamá Lilia estaba especialmente insistente. Ya lo había llamado tres veces antes de la misa de Nochebuena, temiendo que al final Carlitos decidiera quedarse solo en la parroquia a su cargo. Ella, como ninguna otra persona en el mundo, sabía que su hijo sentía esa asignación como una responsabilidad suprema. Ella, que tanto había dudado de su futuro en el sacerdocio, hoy sentía un orgullo que le reventaba el pecho. “Sinceramente tengo que creer que ha sido Dios el que te ha elegido, porque si me hubiese dicho que eligiese yo, vos hubieses sido el último entre todos tus hermanos’, le había confesado tiempo atrás, pero ese 24 de diciembre del ’84 vislumbra algo diferente.
“¿Donde las vas a pasar…? Tenés alguien que te cocine algo? Porqué no te venís a casa”, machacaba Lilia, pero, como contó Carli alguna vez, él tenía otros planes, menos familiares para esa noche, pero efectivamente más relacionados a su función de cura párroco en la iglesia San Francisco de Asís de Berisso. Ya había acordado con Marta y Antonio Ferrando, un matrimonio que vivía al lado de la parroquia, y que lo trataba como un hijo, que iba cenar con ellos y que, tras el brindis, saldría a recorrer la mayor cantidad de casas vecinas. No era mal plan para ese curita joven y que tanto afecto había recibido por la barriada desde su misma llegada al lugar.
Luego pasó lo mil veces relatado con la llegada de Sandro, Fernando y Beto al final de la concurrida misa, y con la decisión de Cajade de seguirlos hasta la muy modesta casilla donde se cobijaban como podían, junto a otros tres hermanos más chicos Margarita, Cachito y Alejandra.
Aquella noche, donde todo se inició, ya se apresta a celebrar sus cuatro décadas. Aquella noche, donde cambió por completo la vida de esas seis criaturas, también significó el eslabón fundante de la monumental obra del cura, en la que decenas de pibes y pibas encontraron calor de hogar, cobijo y todo el amor del mundo que la vida les había arrancado.
Hace 20 años, cuando se cumplía otro tanto de existencia de la Obra, La Pulseada decidió volver a juntar a los protagonistas de la primera Navidad (edición impresa Nº 27). El destino, cruel y despiadado, iba a querer que esa que se acercaba sería la última del cura entre nosotros.
En la puerta de Grafitos, primero, y en la casa de Mario Cajade -el hermano de Carli-, después, Sandro, Margarita y Fernando le dijeron a su “papá elegido” cuanto le debían ya a esa altura. Nunca le habían verbalizado tan directamente su amor, y Carli tampoco lo había hecho. Con el grabador andando en el medio de la larga mateada, los protagonistas de la primera noche pusieron el corazón sobre la mesa y dejaron que allí latiera, desparramando todo el amor acumulado.
Sandro, con 32 años ya a esa altura, volvió a ser, como la primera vez, el interlocutor más directo: “Él fue quien se acercó a nosotros después de terminar la misa, la gente se estaba yendo e iba a cerrar la iglesia, y vino a charlar con los tres. Eso ya me llamó mucho la atención, eligió estar con nosotros y no con los demás. Y eso nos animó a hablar, cuando nos dijo que nos fuéramos a nuestra casa a celebrar la Navidad. Todos se iban de la parroquia, pero él se quedó. Ahí me di cuenta que era distinto y hoy con los años, puedo decir que al final darte dinero te da cualquiera, pero quedarse y quererte, solo el padre Carlos”.
Esa mañana de recuerdos, Margarita relató convencida de que ella sintió que un ángel había bajado del cielo para salvarlos, sin saber que, al mismo tiempo, tal vez los ángeles fueran ellos, que llegaron para darle un verdadero sentido a la existencia de Carlos Cajade
Hoy, a dos décadas de aquella juntada, ya sin Carlitos en la tierra y con todo el camino recorrido por él y por la Obra en su conjunto, podemos dar fe de lo transformador de aquel primer encuentro.
Es que desde aquella Nochebuena del ’84, cuando esos seis pibes y pibas casi de la calle lo metieron en cuerpo y alma en el lodo más profundo de la desigualdad social, su vida estuvo únicamente orientada a transformar una realidad impiadosa y que, pocos años después, iba a virar lisa y llanamente a lo criminal.
El menemismo había conseguido en los ’90, algo que los milicos jamás pudieron: nos había ganado la batalla cultural. Había conseguido que se entendiera al mundo y a nuestra sociedad como un partido de fútbol en el que había ganadores y perdedores, exitosos y fracasados, gente digna de progresos y otra condenada a la última de las miserias, vivos y boludos. Y algo peor: que todo eso se naturalizara.
Como decía Helder Cámara, el que sueña solo, se queda en su sueño. Pero si se anima a compartir sus sueños, comienza a hacerlos realidad. Es que, cabe reflexionar que sólo juntando nuestros sueños lograremos transformar al mundo, “ya que -como día Carlitos- si nos dividimos entre los que creemos en el cielo y los que no, vamos a perder la tierra. Y además no habrá ninguna posibilidad de llegar al paraíso si no hacemos todo lo posible para que ese cielo ya se viva acá en la tierra. La única manera de abrir sus puertas es empezar a construirlo”.
Hoy, a 40 años del inicio de la Obra, y a dos décadas de aquellas reflexiones, parece mentira, pero vivimos una situación paralela y con un gobierno que indigna por igual. Todo este presente resalta aún con mayor potencia la tarea llevada adelante por aquel curita de barrio, decidido a poner el pecho para enfrentar una realidad que, ayer y hoy, se basa en provocar la desigualdad y el hundimiento de los más vulnerables.
Ayer y hoy, luchadores convencidos como Carlitos resultan imprescindibles. Por eso adquiere un simbolismo extremo aquella caminata, con él detrás de los chicos y en medio de los sauces, que lo llevaron a preguntarse “dónde me estoy metiendo”…
Hace 20 años, viendo a sus primeros chicos tan crecidos, tan bien criados para enfrentar la vida, Carli le pudo poner palabras a aquella pregunta:
“Esa noche yo me estaba metiendo en mi propio pesebre…”