Nota principal: Domador de huellas
Por Oscar Escalada *
En 1969, Hugo García (Galo) se había ido del “Grupo Vocal Argentino”. El Chango estaba buscando un reemplazante. Sin conocerlo, me presenté en Mar del Plata, donde estaban trabajando. Me tomó la prueba y al poco tiempo me llamó para felicitarme porque había entrado.
¡Imagínense el primer ensayo cuando por primera vez escuché mi voz entre la de esos monstruos cuando cantamos «Bailarinnn, zambeadooor…»!
Chango notó mi emoción y se rió mucho. Se acercó y me dio un abrazo inolvidable.
Más tarde, incluyó en el espectáculo algunas habilidades individuales de cada uno. Jorge Raúl Batallé y su hermano Luis María (ambos pertenecientes a familias platenses) interpretaban maravillosamente «I’ve got you under my skin» de Cole Porter, cantado por Jorge Raúl en versión Sinatra con Luis María haciéndole el acompañamiento orquestal. A Bobby McFerrin no lo conocía nadie en aquella época y Luis María ya hacía todo tipo de efectos que retrotraían a la orquesta de Count Basie o de Don Costa. A Poppy Scalisi le pidió que cantara una canción en italiano, haciendo honor a su historia familiar y generosamente me pidió que tocara una bossa nova en la guitarra, que me había escuchado al dar la prueba. A Chango no se le escapaba nada. Sabía sacar lo mejor de cada uno.
Una frase que le dijo el Tata Farías Gómez, su padre, fue una consigna que lo acompañó toda una vida y siempre nos la repetía: «Al público no hay que darle lo que quiere, hay que darle lo que se merece».
Como no sabía escribir ni leer música (en aquella época ninguno de nosotros sabía), los arreglos los hacía de memoria y con la guitarra. Pero eso tenía un inconveniente: al siguiente ensayo teníamos que acordarnos lo que nos había pasado porque, si bien él tenía toda la idea general en la cabeza, muchas veces iba improvisando o se le ocurrían nuevas ideas con lo cual, a pesar nuestro, teníamos que aprendernos otra cosa. Claro que este trabajo nos dio un adiestramiento de la memoria musical enorme.
Una vez estábamos de gira y todavía no me sabía todo el repertorio, por lo que entraba en la segunda parte del concierto, aprovechando un intermedio generado ad hoc. A Chango se le ocurrió pedirme que me pusiera a dirigir las luces de la primera parte que había aprendido a marcar durante el ensayo. En una de esas, se me ocurrió apretar un botón del foco que correspondía a Poppy en el momento en que empezaba su solo. Chango, sorprendido, miró desde el escenario y me hizo un gesto cómplice de aceptación. Eso me puso muy contento y luego lo comentó al final de la función: “Te quedó fenómeno el toque”. Chango tenía la capacidad de apoyar lo novedoso. Era un tipo generoso en el sentido artístico, te dejaba expresarte a tu manera, libremente.
En alguna oportunidad, estábamos reunidos muy relajados, y se me ocurrió cantar “Dindi”, de Tom Jobim. Agarró la guitarra y desarrolló un juego armónico como acompañamiento que parecía como si él hubiese compuesto la obra. Al terminar, todos lo aplaudimos y él simplemente se rió.
Durante el año 69/70 hicimos una gira por casi toda Hispanoamérica. Cantamos en Lima junto a Chabuca Granda, y aprendimos el swing del vals peruano. Chango hizo los arreglos de “Zeñó Manué” y de “José Antonio”. A Chabuca se le pusieron los ojos colorados de la emoción y dijo algo así: “Muchachos, ustedes son capaces de cantar como un peruano con esos maravillosos arreglos”.
En Puerto Rico estuvimos con Pablo Casals, en su casa, cantándole un pequeño recital personal y un periodista de la Revista Bohemia que nos acompañaba, le consultó al maestro qué le había parecido el grupo: “Son músicos. Excelentes intérpretes de sus arreglos y con magnífica originalidad realzan los temas y motivos del folklore argentino. Están a la altura del público más exigente”, dijo.
También nos cruzamos con los “Swingle Singers” en México y un hacendado invitó a ambos conjuntos a su finca en donde luego de algunos tequilas comenzamos a intercambiar canciones unos con otros. Aquello era una orgía vocal y un goce enorme del resto de los comensales.
Al principio a Don Ata no le caían bien los chi cum bo poró que hacía en sus arreglos, pero finalmente tuvo que reconocer su valía y dijo: “A los Farías Gómez se les puede ocurrir ponerle mostaza al asado y siempre va a tener gusto a asado”.
Chango, al igual que Piazzolla, creyó firmemente en lo que hacía y siguió su línea sin buscar el éxito, sino haciendo lo que su espíritu les pedía. La consecuencia fue que después de ellos, nada siguió igual. Esos tipos son los motores de la historia, marcan un camino porque tienen la sensibilidad de poder captar esa necesidad de cambio.
Una vez Alicia Moreau de Justo, quien era atea, dijo que después de la muerte no queda nada, sólo estaremos en el recuerdo de quienes nos conocieron y permaneceremos vivos mientras alguien nos recuerde. Estos tipos son inmortales. Y es bueno que así sea.
* Integró el Grupo Vocal Argentino, Quinto de Cantares, Coro Estable del Teatro Argentino de La Plata; fundó y dirigió el Coro de Niños del Teatro Argentino