Una historia de amor

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Cientos de personas estallaron en aplausos, gritos, sonrisas y llantos en la Plaza Independencia de Tandil cuando se conoció la sentencia del Tribunal

El abogado laboralista Carlos Alberto “el Negro” Moreno provenía de una de las tantas familias trabajadoras de un barrio obrero de Olavarría pero no era uno más. Defendía a los trabajadores de Loma Negra, que era defender a su clase. Había probado que la cementera los enfermaba y morían. Promediaban los ’70 y ya era padre. De Matías y de Martín, aún en la panza del amor de su vida, Susana. Semanas antes del 36 aniversario de su muerte, ganó otro juicio, el que condenó a los autores de su secuestro y asesinato en 1977. La lectura del histórico fallo habló de perpetua para militares pero también, por primera vez, de cárcel para civiles “de a pie”; avanzó sobre funcionarios de la Suprema Corte provincial de ese momento y el directorio de la cementera, sospechado por su complicidad con el gobierno dictatorial. “Memoria, Verdad, Justicia y Alegría” fue el lema durante esas pocas semanas entre febrero y marzo en que se desarrolló el juicio, porque los grupos económicos también fueron la dictadura y el golpe no sólo fue militar.

Redacción: Verona Demaestri
Informe: Marcos Pearson, Verona Demaestri
Colaboración: Matías y Martín Moreno, Susana Lofeudo, Graciela Daleo,
Claudia Rafael, María Nazabal, Universidad Nacional del Centro

Fotos: Tefa Schegtel Torres

Pareciera ser un oxímoron, pero no. Pareciera ser que hablar de amor y secuestros y muertes y desaparecidos fuesen términos contradictorios, pero no. ¿Acaso creer en el Derecho como herramienta para enfrentar a la muerte no es amor? ¿Acaso dar vida a dos hijos en esa noche desquiciada que fue la dictadura no es amor? Y amar a una mujer tan intensamente como para que esos escasos tres años de matrimonio dejen marca y signen el resto, ¿qué es? ¿Pueden las marcas desmarcarse? ¿Puede la muerte ser vida, multiplicarse? ¿Puede la historia ser conjuro a partir de ese amor a un pueblo, a un padre, una madre, un hermano, un hijo, una mujer?

“A Carlos Alberto lo saqué a bailar yo. ‘Me caso con ese chico’, le dije a mi amiga al verlo ni bien entré al CUO -Centro Universitario de Olavarría, en la calle 45 de La Plata- donde él vivía y ese sábado se hacía la peña para juntar fondos. Él amaba a su pueblo y a su clase y por eso volvió a Olavarría después de recibido. Yo era bien platense, medio aburguesada, por suerte no me queda casi nada de eso”. Susana Lofeudo tiene 61 años y la “hicieron viuda a los 27” cuando secuestraron y mataron a Carlos Alberto “el Negro” Moreno. Estaba embarazada de dos meses de Martín, y tenían un hijo de año y medio, el mayor, Matías, luego conocido en la militancia universitaria y de derechos humanos como “el Gitano”. Pero entonces, en el CUO, Susana contaba con 20 años y poco tiempo: “Tuve que irme antes de la fiesta, mi viejo era un cuida bárbaro. Carlos Alberto era de River yo de Estudiantes. Jugaban al día siguiente de conocernos. ‘Te apuesto un chocolate Suflair que ganamos’, le dije. Y me tuve que ir pero quedó en juego la apuesta”.

Acordaron verse dos días después, a las 20 en punto, durante el recreo de cursada de Susana que estudiaba Ciencias Naturales. “Yo quería verme al día siguiente, pero él no… porque -después supe- rendía Historia. ‘No importa, espero’, pensé, y el martes me fui toda producida. Con tanta mala suerte que llovía como la última vez. Cuando llegó estaba pasada por agua”.

El aguacero pareció bautizar el encuentro. Empezaron a noviar, pero a Susana no la dejaban salir, así que la relación se puso en pausa. El Negro se recibió de abogado. “Me voy cinco años, me recibo y vuelvo así no trabajás más”, le había prometido a su madre portera de la Escuela Nº 17 de Olavarría y además planchadora para sumar unos pesos. Y volvió.

Susana ya era profesora de Ciencias Naturales y tenía 23 años cuando recibió el llamado: Carlos Alberto visitaría La Plata. Ese día ella mintió, dijo que tomaría un examen y se fue a recibirlo. Él bajó del micro: “¿Te querés casar conmigo?”. Lo hicieron tres meses después, el 18 de abril de 1974, y se mudaron a Olavarría.

El padre del Negro era obrero en Molinos Río de la Plata, y su jefe le ofreció un puesto para su hijo. Corría 1973. Orgulloso, el padre propuso. “Ah no viejo –cuenta Héctor, su hermano, que dijo el Negro- yo ahí no voy. Tengo que defender a la patronal y estoy del otro lado, con los trabajadores”.

En La Plata, el Negro había militado en la Federación Universitaria para la Revolución Nacional (FURN); en Olavarría fue abogado laboral. Ese mismo año comenzó a trabajar para AOMA. (Asociación Obrera Minera Argentina) donde defendió a los obreros de la cementera Loma Negra afectados de silicosis, una enfermedad terminal generada por el trabajo en el sector embolsado de la empresa.

“No lo veía ni ingeniero, ni bioquímico, ni nada. Carlos Alberto, Derecho. Amaba su profesión, era abogado de alma”. Susana derrocha energía, parece una piba pavoneando su no edad, su eterna juventud. “Nos reíamos todo el tiempo”, cuenta y cada músculo en su cara lo confirma. Ella también, siempre ríe. Algún día quiere volver a Olavarría, sueña, porque no se quiso ir entonces pero tuvo que volver a la casa de sus padres, viuda, para buscar el cuerpo del Negro y velarlo. Hoy “lo más importante está en La Plata, mis nietos, mis hijos”, por eso se sigue quedando entre diagonales.

El Negro nació en 1948 en el barrio El Fortín de Olavarría, construido durante el primer peronismo gracias a la creciente industrialización de esos años. “Vendíamos diarios para ganarnos unos pesos. Jugábamos a la bolita, hacíamos barriletes, pelotas de trapo y pateábamos en un campito que estaba en la esquina”, dice Héctor. “El Negro tocaba el acordeón a piano, hasta estuvo en la comparsa Chola Cholita y sus Gitanos”, y también se ríe, honrando a una familia cuyo deporte, a estas alturas, parece ser el de liberar endorfinas.

Era buen tipo el “Negro Beto”: desprolijo, simpático, entrador. “Muy inteligente, pintón, tenía arrastre y chiste constante. En cuarto año ya quería una novia, un bandido. Pícaro. Nunca lo vi enojado”, lo describe Héctor “Tatá” Tigri, un amigo de la infancia. “Tranquilo, humilde, pero un inútil con las manos”, confiesa. “Recuerdo el día antes… –y se le ensombrece la cara-. Estábamos en el living de su casa con mi mujer. Matías jugaba, Susana estaba dando clases. Le estábamos diciendo ‘dejate de joder Negro, andate’… Sonó el teléfono, fue a atender. Un silencio. Volvió con una media sonrisa y el semblante medio asustado. ¿Pasó algo? ‘Ya estoy jugado’ nos dijo”.

Lo del Negro no era inconciencia, por el contrario. Su estudio llevaba unos 400 juicios sobre despidos, adopciones, jubilaciones. “Ese ‘jugado’ es que estaba a muerte con seguir destapando el tema de la silicosis en la fábrica”, aclara Matías que estudió el tema largamente en calidad de sociólogo, hijo, militante. “Los primeros fallos favorables fueron cinco en la Justicia Laboral y dos por derecho a huelga en la Justicia Federal. Ganó siete en total y como sentaban jurisprudencia, comenzó a formarse una cadena de familiares que reclamaban a la empresa por la salud de sus trabajadores. Había que parar eso de alguna manera. Tras la muerte de mi viejo quedaron casi veinte causas abiertas que nadie quiso agarrar. Su socio en el estudio, Mario Gubitosi, también comprometido con la defensa de los trabajadores, había sido apresado legalmente y devuelto”.

“Teníamos un perro, ¿te conté?… Vos podés creer que le puso LOMJE. Qué nombre raro dirás. ¿Sabés qué significaba? ‘Libres o Muertos, Jamás Esclavos’”, cuenta Susana muerta de risa. “¿Ves? El Negro no murió”, piensa en voz alta y sonríe.

Al Negro lo mataron el 3 de mayo de 1977. Lo secuestraron al menos dos personas, cinco días antes. Lo trasladaron a Tandil, a la chacra de los civiles Julio y Emilio Méndez, cercana al Club de Rugby Los Cardos. Intentó escapar y en la quinta lindera pidió agua. Fue visto con barba, el torso desnudo y un saco que dejó en un alambrado. Tenía una herida en el pie. Lo habían golpeado con una pala luego de haber sido torturado durante días. Fue recapturado por el Oficial del Ejército José Luis Ojeda. Lo ejecutaron. El disparo fue al pecho, estaba arrodillado. El 9 de mayo las Fuerzas Armadas notificaron la muerte. Después, en los archivos de la Dipba (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires) Moreno pasó de figurar en la mesa A (factor social, estudiantil, laboral) a la mesa S (subversivos). De ser un abogado laboralista, tras el comunicado del Ejército del 9 de mayo, pasó a ser un subversivo muerto en un enfrentamiento.

Las palabras en Susana se atropellan: “El 29 de abril hacía un calor espantoso y después se desató una tormenta de aquellas. Estábamos sin teléfono, por eso el Negro tuvo que ir hasta el colegio comercial donde yo daba clases para avisar que faltaría porque estaba embarazada y diabética, y había tenido una infección en la cabeza. Al volver pasó por la estación de servicios de San Ignacio donde guardaba el auto cada noche, a buscar sus Parliament, y un Suflair que le había pedido. Estaba en camisón y panza de dos meses, preparando la cena. Matías dormía. Pasaban las horas, el Negro no volvía. Me fui a buscarlo. La estación de servicio quedaba a la vuelta de casa. Llovía torrencialmente y el camisón ya chorreaba agua. El sereno de la estación me dijo que se había cruzado al kiosco, donde me dijeron que se había llevado unos Parliament y un Suflair. Regresé a casa por las cuadras que no había transitado todavía. Iba chapoteando y en eso encontré el Suflair, empapado en el piso… Entré a casa. Llamé a mis suegros para que se ocupen de Matías y poder ordenar mi cabeza. Descolgué el teléfono y no tenía tono. Lo atribuí a la tormenta, no pensé nada raro pero me fui a lo del general Ignacio Aníbal Verdura -máximo responsable del Regimiento de Olavarría en la primera etapa de la dictadura-. Me atendió en salto de cama. ‘¿Dónde está mi esposo?’. ‘No sé’, me dijo. ‘¡¿Cómo no sé?! ¡No sea mentiroso!’. Yo sabía que él sabía. El socio de Carlos Alberto, Mario Gubitosi, había reaparecido así que pensaba que él también reaparecería”.

Susana respira hondo y sigue: “Una noche le estaba dando de comer a Matías en el bebesit y escuché al locutor Ariel Delgado: ‘Informa Radio Colonia. En un enfrentamiento con subversivos fue muerto el abogado olavarriense…’, me desplomé pero Martín estaba en mi panza y tenía ganas de vivir”.

“Presentamos un habeas corpus y apareció muerto a los días”, recuerda Héctor. “Fuimos a la casa y estaban todos: clientes, amigos, el sereno de la estación de servicio, el carnicero…”.

“Tenían que justificar la muerte, hicieron toda una parodia, allanaban y ponían faja de clausurada a mi casa. Buscaban bombas… pero hay que decir que el Negro era un inútil con las manos. ¡¿Qué bomba iba a hacer?!”, declara Susana coincidiendo con el “Tatá” Tigri. “En Loma Negra los trabajadores hacían una huelga en repudio de la muerte de Moreno, pero yo necesitaba encontrar el cuerpo y les pedí que la suspendieran”.

“No pudimos traerlo para velarlo y sepultarlo. Acá no se podía. Únicamente allá en La Plata”, dice Héctor. Susana completa: “Le tenían miedo a un muerto, pero era más barato matar a Carlos Alberto Moreno que evitar la silicosis de los trabajadores”.

Endurecidos

“La muerte no duele. Lo que duele es no estar a la altura de las circunstancias.
Lo que duele es no hacer lo que nuestros defendidos esperan de nosotros”

Rodolfo Ortega Peña (abogado de presos políticos y gremios,
diputado asesinado por la Triple A en1974),
compañero inseparable de Eduardo Luis Duhalde

“Pero esta urgencia vital no devenía en un sentimiento trágico.
Todo lo contrario, sólo desde el optimismo esperanzador se puede actuar de ese modo”

Eduardo Luis Duhalde (abogado, secretario de DD.HH.,
fallecido el 3 de abril de 2012),
sobre Rodolfo Ortega Peña

“La cosa empieza así. AOMA hace una encuesta en el sector embolsado de Loma Negra y sólo el cinco por ciento de los trabajadores llegaba a jubilarse. Se morían y la empresa decía que era por cáncer de pulmón o tabaquismo. Era silicosis, una enfermedad que evoluciona durante 25, 30 años. Se redondean las uñas, los dedos quedan como palillos de tambor, la piel se pone violácea, y tienen cada vez menos capacidad respiratoria. La provocaba el sílice que se respiraba en la fábrica. Se mete en los alvéolos pulmonares. El organismo como defensa se calcifica. Los pulmones se endurecen hasta que te morís. En toda la fábrica había secuelas pero en el sector embolsado era mortal. Así la empresa se ahorraba las jubilaciones. Y esto fue probado por Carlos Moreno”, explica Carlos Santiago, ex secretario adjunto de AOMA.

Carlos Alberto Moreno ganó los juicios contra Loma Negra. La empresa fue condenada a implementar más turnos de menos horas para reducir el daño y reformar tecnológicamente la fábrica para eliminar el polvillo de sílice.

Marcelo Sarlingo, antropólogo social de la Universidad del Centro de la Provincia, recuerda que “la silicosis se conoce en América desde hace siglos como ‘enfermedad de los mineros’. En Argentina, no estaba nomenclada como enfermedad laboral de los trabajadores de la industria del cemento. En los ´70, diagnosticar la silicosis en los obreros implicaba una cirugía torácica, muy traumática, ‘a cielo abierto’. El gran aporte de dos médicos olavarrienses, Buhrle y Martínez, fue abrir el tórax de un grupo de trabajadores (que luego murieron todos de la afección), extraer una muestra de tejido pulmonar y analizarlo. Los resultados se publicaron en la revista científica más prestigiosa del momento, ‘Prensa Médica Argentina’, base para la presentación judicial de Moreno. La cementera era una actividad insalubre y debería invertir para dejar de serlo”.

Este logro de Moreno no era fortuito, se inscribía en un contexto en el que la organización de los trabajadores estaba en su punto máximo y por ello la “revancha de clase” era inminente: Nunca antes se había distribuido tan equitativa lo producido en el país. El 50 por ciento era para los trabajadores.

Según el libro “Sindicatos bajo regímenes militares- Argentina, Brasil, Chile” de Manuel Barrera y Gonzalo Falabella: “Después del golpe de Estado, la Junta Militar procedió a la intervención de la mayoría de los grandes sindicatos y federaciones, comenzando por la CGT. Hasta el 1979 se había intervenido 57 de las principales organizaciones obreras y se les había retirado la personería jurídica a otras 8. (…) Así se quebró la estructuración nacional centralizada del movimiento sindical. Entre las intervenidas estaban las de mayor peso numérico y participación en el aparato productivo”.

Hubo suspensión del derecho a huelga, de la actividad gremial, las asambleas, se reimplantó la Ley de Residencia de 1902 para expulsar a extranjeros, desapareció la presunción por despido, se autorizó a los empleadores a interrogar sobre las ideas políticas de los aspirantes, se desfinanciaron los sindicatos transfiriendo las obras sociales al Estado terrorista, se enviaron pelotones militares donde había conflictos para reprimir la “guerrilla industrial”, como la llamaban. Fueron intervenciones hechas a pedido de las mismas patronales. Grupos armados copaban las fábricas y obligaban la inmediata suspensión de las medidas de fuerza. Desapariciones y asesinatos. “El centro del accionar terroristas estuvo en el nivel del simple trabajador en conflicto y de los activistas gremiales que componen el 90% de los desaparecidos obreros. En las cifras de los presos este fenómeno se repite”.

La CONADEP en su informe de 1984 detalla el siguiente porcentaje de desaparecidos por ocupación: obreros: 30,2; estudiantes: 21; empleados: 17,9; profesionales: 10,7; docentes: 5,7; entre otros… La clase trabajadora fue el blanco de la dictadura. El 30 de marzo de 1982 hubo un masivo y recordado “Paro y Movilización a Plaza de Mayo”. El 16 de marzo de 1998, la CTA se presentó ante el juez español Baltasar Garzón y denunció formalmente que de los 30 mil desaparecidos, el 68 por ciento eran trabajadores.

Este año, Jorge Rafael Videla lo dijo clarito: “Nuestro objetivo (el 24 de marzo de 1976) (…) era ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo”.

No sos vos, soy yo

 “En la política económica de ese gobierno
debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes
sino una atrocidad mayor que castiga a millones
de seres humanos con la miseria planificada”

Rodolfo Walsh, “Carta abierta a la Junta Militar”
24 de Marzo de 1977, un mes antes del asesinato
de Moreno, un día antes del suyo

 “Los empresarios se lavaron las manos. Nos dijeron:
‘Hagan lo que tengan que hacer’,  luego nos dieron
con todo. ¡Cuántas veces me dijeron ‘se quedaron cortos,
tendrían que haber matado a mil, a diez mil más!'»

Jorge Rafael Videla, en una entrevista reciente

 “En los días posteriores al golpe, en Loma Negra habían rodeado la fábrica con tanques para meter miedo a los obreros que reclamaban por condiciones laborales. Yo estaba en la cárcel de Azul, cuando me quise acordar, se llenó la cárcel con trabajadores de Loma Negra”, cuenta Carlos Santiago. “Las organizaciones armadas no ofrecían ningún peligro porque ya estaban diezmadas. El golpe era para otra cosa”.

«Señores, se abre un nuevo capítulo en la historia económica: hemos dado vuelta una hoja del intervencionismo estatizante y agobiante de la actividad económica, para dar paso a la liberación de las fuerzas productivas”. Las palabras del ministro de Economía, emblema de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, resumen esas razones. Una parte del empresariado local apoyó, protagonizó, proveyó de cuadros políticos y económicos, de vínculos nacionales e internacionales. A cambio, el Estado terrorista los benefició. Una de las corporaciones más favorecidas fue el CEA (Consejo Empresario Argentino) del cual Martínez de Hoz había sido presidente. Este Consejo reunía entre otros a Acindar, Techint, Macri y Fortabat.

“Los empresarios también colaboraron y cooperaron con nosotros”, recordó hace unas semanas Jorge Rafael Videla, subrayando que el golpe fue cívico además de militar. Su plan económico preparó las bases para el país para pocos que terminó de consolidar el neoliberalismo de los ’90.

Pero ¿cómo?: La historiadora Victoria Basualdo en “Complicidad patronal-militar en la última dictadura argentina” habla de un primer nivel por parte de las empresas: “la provisión de vehículos, infraestructura, dinero y/o personal, el otorgamiento de libre acceso a las plantas, (…) la aceptación de la contratación de personal encubierto con el objetivo de vigilar a los trabajadores y recibir informes de inteligencia sobre sus acciones”. Y de un segundo: “Los directivos de las grandes empresas (…) proporcionaron listados de trabajadores a ser secuestrados y aportando recursos (…) implicó para la totalidad de los obreros una ruptura de los lazos afectivos y de solidaridad que habían constituido el punto de partida para la militancia sindical. (…) y fue una precondición para la implementación de un modelo económico que modificó radicalmente la estructura económica y social argentina, destruyendo las bases del modelo industrial vigente. La política económica y la política represiva estuvieron, entonces, estrechamente relacionadas. Martínez de Hoz (fue) el símbolo de la unidad de intereses (…). El golpe militar implicó, desde esta perspectiva, una “revancha clasista” a favor del capital y en contra de la clase obrera”, concluye.

En “Régimen económico y cúpula empresaria en la posconvertibilidad”, una producción de reciente publicación, Eduardo Basualdo, Martín Schorr y Pablo Manzanelli sitúan entre las empresas que integran hoy la cúpula empresaria según sector de actividad en 2010 a AGEA- Clarín en el rubro “edición e impresión”, a “Alto Paraná” en “papel y derivados”, y también a Loma Negra en “minerales no metálicos”.

Fue ella

-¿Puede cuantificar su riqueza? (Periodista de Noticias).
-Más o menos. Sí. Pero no se los voy a contar a ustedes

Amalia Lacroze de Fortabat

En mitad del juicio, que se estaba desarrollando en Tandil, por el secuestro y asesinato de Carlos Alberto Moreno, sucedió lo inoportuno. En medio de ese juicio histórico en que el Tribunal condenó a prisión perpetua a tres militares, a más de diez años de prisión a dos civiles que prestaron su quinta para ser usada como centro clandestino de detención; en que el Tribunal dejó abierta la sospecha sobre si el “directorio de Loma Negra habrían inducido los delitos” que terminaron con el homicidio de Moreno. En medio de ese juicio, murió, sin ser juzgada, a los 90 años, Amalia Lacroze de Fortabat. En su haber contaba con casi mil millones de dólares.

En 1976 había heredado de Alfredo Fortabat la cementera, modelo de villa-fábrica que satisfacía todo tipo de necesidad de manera endogámica. Todo se podía conseguir ahí adentro y se ganaban buenos sueldos. Pero no había que sacar los pies del plato, aunque los pulmones estuviesen envenenados por el polvillo de las embolsadoras y no se llegase a la jubilación.

Cuando Amalita heredó el emporio había 5 mil empleados y la producción de cemento era de 200 mil bolsas diarias y mil toneladas de cal. Tenía 3 mil toros de raza y 6 mil vacas Aberdeen Angus anuales, además de estrechos contactos con los funcionarios de la dictadura, en especial con su amigo personal José Alfredo Martínez de Hoz. Para 1980 Amalita de Fortabat había cuadruplicado su patrimonio gracias a beneficios del estado terrorista y una etapa de florecimiento en el negocio cementero.

Durante el gobierno de Raúl Alfonsín formó parte de los “capitanes de la industria” y en los ’90 gozó de un espacio privilegiado cuando su también amigo personal Carlos Menem la nombró embajadora plenipotenciaria y titular del Fondo Nacional de las Artes, cargos que le retiró Néstor Kirchner. En 1999, la revista estadounidense Forbes calculó que Amalita tenía un patrimonio de U$S 1600 millones. Ella, Gregorio Pérez Companc y Roberto Rocca, eran los argentinos mejor ubicados entre las 200 personas más ricas del mundo.

Durante la crisis de la convertibilidad jugó un rol activo desde la Asociación Empresaria Argentina (AEA) para que la deuda en moneda extranjera se estatizara, beneficiando a los integrantes de esta asociación. Para entonces el PBI industrial había caído un 25 por ciento desde ‘75; y un 40 por ciento la cantidad de empleo generado por la industria.

El 19 de abril de 2005, el grupo brasileño Camargo Correa adquirió Loma Negra por una cifra cercana a U$S 1025 millones. La firma controlaba el 48,38 por ciento de la producción local de cemento. Ese año, el Estado sancionó a las empresas de cemento cartelizadas. La multa más alta por 167,2 millones de pesos le correspondió a Loma Negra.

Una bandera blanca flamea su hexágono rojo con la inscripción en negro, inconfundible logo de la cementera. “Mira tu pasado y me recordarás… Cemento Loma Negra”: La voz grave locuta una publicidad que ya tiene varias décadas.

Marcas

«Era una persona que generaba expectativas.
La aparición de ese cuerpo iba a dar lugar a homenajes,
a celebraciones. Era una figura que había que opacar»

Jorge Rafael Videla sobre el cuerpo de Mario Santucho
(jefe del ERP), en entrevista reciente

-¿Cuáles fueron las prioridades tras el asesinato de su marido?

-Primero tenía que tener mi bebé. No tenía trabajo y tuve que volver a la casa de mis padres en La Plata. Pero antes debía encontrar el cuerpo para elaborar el duelo. Por eso entiendo a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Sin cuerpo no hay duelo. Casi diariamente lo interpelaba a Verdura para que me lo devuelva. “Bueno, siempre y cuando no lo traiga a Olavarría”, me dijo. “¿Tanto miedo le tiene a un muerto?”, contesté.

-¿Y por qué le temían a un muerto?

-Loma Negra era una de las grandes empresas, aliada a grandes poderes, un abogadito no iba a complicarles la cosa. El tema era tapar.

¿Cómo encontró el cuerpo?

-Era 23 de mayo de 1977. Llamaron de noche, siempre de noche, y me dijeron que al día siguiente llegaba el cuerpo. Le saqué el Torino a mi papá, despacito, y me fui con Héctor. En eso bajaron como cajones de manzana de un camión… Entré en la morgue donde había como nichos pero de metal. En medio había un mostrador de mármol y un médico que me dijo: retírese. Entonces me subo a una escalera con rueditas y empiezo a abrir los gabinetes para encontrarlo. Me gritaban que me bajara, pero seguí. Empecé por arriba, vi cada cosa: viejos, jóvenes… y lo vi. Lo habían envuelto con una frazada gris verdosa, color Ejército, y tapado con una bolsa de nylon. “Negro, acá estás”, y rompí en llanto. Estaba congelado, lo velamos rápido -en “Suárez” de calle 49 entre 1 y 2- para evitar la descomposición. Tenía el tabique de la nariz desviado de una trompada, poca barba, tenía tiros, en el dedo gordo del pie derecho una venda porque cuando él se escapó caminaba con la grilla. Lo habían torturado. Le dimos cristiana sepultura. Pero sigue en La Plata y quiero que esté en Olavarría.

-¿Fue difícil la búsqueda?

-Hasta me fui a verlo a Ramón Camps y le pedí el cuerpo. “Agarre cualquiera”, me dijo… Ya se me veía la panza y no podía ponerlo nervioso a este asesino. Estaba Etchecolatz también ese día.

-¿Cuál es la marca que dejará el juicio por el secuestro y asesinato de su marido?

-Es el primer juicio en que se juzga a tres militares pero también a dos civiles por fuera de la estructura del Estado. Hay que saber esperar, todo llega, la vida es cíclica. Los que están en el banquillo son perejiles, la mano de obra. Acá hay grandes monopolios que se beneficiaron con muertes como la de Carlos Alberto.

-¿Cómo mantuvo la sonrisa en todos estos años?

-Increíble ¿no? ¿Será que estoy prediciendo el final?

 

Moreno con su hijo Matías, que hoy dice: “Estamos de caravana celebrando la llegada de la justicia. Porque nuestra venganza es ser felices”

Hijos de la plaza

 “Decía: ‘Muchos de ellos son hijos o familiares de militantes montoneros,
los identifica el mismo gen que a sus padres’… La verdad me sonó a Menguele.
Me sonó a nazi. En otra época darían miedo, ahora dan pena”.

Cristina Fernandez de Kirchner,
sobre “Los imberbes de Aerolíneas”, editorial de Clarín.

 “A Carlos Alberto nunca lo vi enojado, después me costó mucho ver personas enojadas. En esta foto Matías tiene un año, por eso está con un bonete… El último carnaval nos disfrazamos. Yo me puse la ropa del nono, y estaban todos sus clientes, y nunca nos reconocieron”. Susana ríe una vez más. Su recuerdo convoca otro reciente, el del carnaval de febrero en Tandil cuyo lema fue ‘Memoria, Verdad, Justicia y Alegría Carnavalera’, y el Momo tenía una guadaña en sus manos, y en su corbata las fotografías de los 32 desaparecidos de esa ciudad.

“Mati, Mati, Mati, decía y se escondía detrás de la puerta. Matías lo buscaba. Esa imagen no se me va a borrar nunca. Y esa voz: Matimatimati… Y Martín se llamaría Juan Martín, y le puse Martín Alberto por su padre”, y cuando habla de ellos Susana es toda orgullo.

Matías esculpe las palabras como si fuesen el producto de lo masticado y digerido en horas, días, años de puesta a prueba y reprueba de sus pensamientos. Quizás se deba a su profesión, la de sociólogo. Lo cierto es que sus sentimientos ya son palabras. Parece estar de vuelta. Hace casi dos décadas tomó el guante de su historia, mucho para alguien de treinta y medio. Barba prolija, nariz respingada como la de Susana, un hijo, Pedro Facundo.

Martín es sonrisa y arrojo, como recuperando el tiempo perdido. Energía pura. Ojos chispeantes, nariz recta como la del Negro.

“La sonrisa del Negro” tituló Matías el documental que terminó en octubre de 2008 como registro de los testimonios hacia la reconstrucción de lo sucedido con su padre. El juicio era un sueño entonces, pero los datos recabados sirvieron como una de sus bases. “A la persona que parió el sueño que hoy sostiene mi aliento”, cierra el documental sobre placa negra en esos años en los que iba a ser padre.

En tanto Martín cantaba retruco a su historia, y ya era padre. Duplicó los hijos del suyo y tiene cuatro. Comenzó de jovencito “quería saber lo que había sentido mi viejo al tenerme”.

La anulación en 2003 de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, permitió la reapertura de las causas para juzgar a los responsables de los delitos de lesa humanidad cometidos en la última dictadura. El 28 de agosto de 2008 fueron detenidos para prestar declaración indagatoria Julio Alberto Tomassi (ex teniente coronel y responsable del Área Militar 121 entre noviembre de 1976 y enero de 1979), Italo Roque Pappalardo (ex mayor del Ejército) y José Ojeda (Suboficial Mayor). El 8 y 9 de septiembre fueron citados los hermanos Méndez. El 19 de septiembre el juez federal de Azul Juan José Comparato dictó la prisión preventiva a los tres militares. Ojeda estuvo en Marcos Paz y los otros dos en prisión domiciliaria.

El 9 de febrero pasado comenzó el juicio en la sede del Rectorado de la UNICEN, en Tandil. El viernes 17 de marzo el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Mar del Plata integrado por Roberto Falcone, Mario Portela y Rubén Parra, cerró el proceso judicial con la lectura de un fallo histórico: Condenó a los militares Pappalardo, Tomassi y Ojeda a la pena de “prisión perpetua e inhabilitación absoluta perpetua, suspensión del goce de toda jubilación”, por ser “autores directos” de la privación ilegal de libertad e imposición de tormentos doblemente agravados y del homicidio agravado por alevosía de Moreno. Condenó a dos civiles que no pertenecían a la estructura del Estado; el mayor de los hermanos, Emilio Méndez, recibió la pena de 15 años de prisión, y Julio a 11 años, ambos por ser “partícipes necesarios” en los mismos delitos al prestar su chacra como centro clandestino de detención. También solicitó el inicio de una causa contra el ex general Ignacio Aníbal Verdura por su intervención en los hechos juzgados.

Pero lo más importante fue que encontró elementos que permiten sospechar que el “directorio de Loma Negra habrían inducido los delitos” que terminaron con el homicidio de Moreno, por lo que ordenaron remitir los antecedentes del proceso a la justicia para que inicie una “pesquisa”. También ordenó investigar a los entonces ministros de la Corte Suprema de Justicia Bonaerense y al ministro de Gobierno de la dictadura, James Smart, al considerar que existen indicios de que habrían participado en la gestación del documento del V Cuerpo del Ejército que comunicó “falsamente” los hechos.

Por primera vez desde la reapertura de los juicios un fallo apuntó a la dictadura entendida como cívico- militar en la línea de la justicia y reparación histórica abierta con la causa por Papel Prensa, las investigaciones al Ingenio Ledesma de los Blaquier en Jujuy o la Veloz del Norte en Salta.

Tras un silencio total frente a la pantalla, cientos estallaron en aplausos en la Plaza Independencia de Tandil. Militantes de ahora con banderas y mate en mano, pero también militantes de antes con los ojos humedecidos incrédulos de tanto ver lo que veían, vecinos curiosos asomados a los balcones, perros, niños, pueblo, todos estaban allí.

Sobre el gran escenario montado para el día histórico, y franqueado por su madre Susana Lofeudo, su hermano Martín, su tío paterno Héctor, sus compañeros de HIJOS, Matías habló: «Mi padre, además de ser esposo, hermano, hijo, amigo, fue sobre todo un militante social y político que asumió la defensa de los trabajadores que fallecían sin saber la causa en la fábrica Loma Negra. Hoy encontramos justicia por los autores materiales del asesinato pero vamos a continuar con su legado y no vamos a descansar hasta que no se investigue a fondo el rol de la empresa Loma Negra. Por último, me permito una digresión personal: no puedo dejar de reconocer y agradecer a ese flaco desgarbado que vino desde el Sur y vive en la inmensidad de nuestros corazones, que tuvo los huevos suficientes para derogar las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, dándonos la posibilidad de presentarnos como querellantes, y que se haga justicia. A 35 años del asesinato, mi viejo ganó un juicio más. Aunque se murió Amalia Lacroze, un ícono del paternalismo empresario prebendario y socia económica y política de la última dictadura y del menemismo, su rol durante los años de plomo será investigado en breve. No quedará impune de la condena social. En tanto, estamos de caravana celebrando la llegada de la justicia. Porque nuestra venganza es ser felices”.

“Encaramos este juicio con mucha alegría. Entendemos que es el inicio de otra etapa que pretende dar con los verdaderos responsables que ordenaron la muerte de mi padre, hoy los autores materiales están presos y eso es un aliciente. Saber que en este país uno puede criar a sus hijos da mucha tranquilidad”, lo siguió en la palabra Martín.

El veredicto fue dictado a una semana de que se cumplan los 36 años del golpe de estado de 1976, fecha en que los organismos de derechos humanos marcharon con la consigna: “Los grupos económicos también fueron la dictadura: ¡Juicio y castigo ya!”.

Susana Lofeudo no desentona: “El fallo fue terriblemente completo, todas nuestras expectativas fueron colmadas. El veredicto respondió a todo lo que pedimos, es impecable, tenemos un tribunal de lujo que supo interpretar quién decía la verdad y quién mentía, ahora vamos por Loma Negra, tienen que responder ellos también por lo que pasó. Se cierra un capítulo pero se abren otros de la misma historia”.

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