A Javier Zarza lo asesinaron en una esquina de Los Hornos. Su historia quebrada y el testimonio de su hermana Brenda. Cuando era más chico había pasado por el centro de día Chispita, de la obra de Cajade, donde también lo recuerdan: «Era el primero en sentarse en la mesa y el último en levantarse».
Por Vanesa Carbajal
Producción: Javier Sahade
Javier Zarza era un niño del barrio de Los Hornos en La Plata. Tenía 17 años y le quitaron la vida. “Apuntaron a sus sueños, a su porvenir, a su mañana, a sus deseos”, comenta Claudia Auge en diálogo con La Pulseada, ella fue educadora del centro de día Chispita, cuando Javi pasaba allí parte de su niñez .
Javi murió en la madrugada del 1º de agosto en el hospital San Martín. Poco antes, cuando aún era viernes 31 de julio, recibió un disparo mientras estaba con un amigo, sentados en el banco de una esquina, a pocas cuadras de su casa. Antes que la bala llegaron golpes e insultos: lo acusaban por el supuesto robo de una moto. “Un ajuste de cuentas con un niño”, dicen sus allegados. Y en ese ajuste de cuentas, cayó. Cayó tendido ese niño, aún seguía siendo niño. Desde entonces la causa sumó un detenido, un hombre de 34 años que habría sido el autor del disparo.
Brenda, su hermana, aporta su mirada en este recorrido de La Pulseada para pensar la historia de Javi, y recordar su infancia. No sabe por dónde empezar, ni qué contar hasta que dice tímidamente: “Mi hermano Javi era un pibe como cualquiera, tuvimos muchos momentos juntos. A él le encantaba jugar y cargosear a sus sobrinos. Los mimaba mucho y les demostraba mucho cariño. Me acuerdo cuando se llevaba a mi hija a la plaza, ella lo re seguía. Lo quiere mucho. Porque él era un mimoso con ella. Ella siempre me dijo que quería que Javi sea su padrino, pero era muy chico cuando la bauticé”. Brenda era su tutora: con 23 años se hizo cargo de él.
Javi era el del medio de siete hermanos y hermanas. Cuatro mujeres y tres varones. Nació un 13 de abril. Su mamá, ama de casa y su papá, panadero. De niño iba a la escuela N° 83 del barrio del Comedor. Ahora de grande, iba a la Escuela N° 16. Era hincha de Boca y le encantaba jugar a la pelota. Se ganaba unos pesos haciendo changas de albañil. En su brazo izquierdo llevaba un tatuaje con una corona y el nombre de su hermano mayor, Pablito, quién había perdido la vida en 2014.
Javi era un chico muy travieso y divertido, comenta su hermana, le encantaba juntarse con sus amigos a tomar algo. A su novia, que era la mujer de su vida en sus palabras y acciones, la había conocido en Chispita. Ellos estaban juntos desde hacía muchos años, desde que muy chicos, hasta iban juntos a la escuela.
Era el del medio de siete hermanos: cuatro mujeres y tres varones. Su hermano mayor, Pablito, perdió la vida en 2014
Estaba en 2do año de la secundaria, no faltaba nunca, una de sus motivaciones era obtener el título. También anhelaba juntadas luego de la cuarentena. En una de sus últimas publicaciones en sus redes sociales hacía alusión a que iría de pesca con sus amigos, hablaba de proyectos y del futuro.
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En su transitar de la escuela a Chispita, Javi disfrutaba mucho en el lugar de la Obra de Cajade. Parte de su infancia transcurrió allí, los almuerzos, las meriendas, eran el lugar de encuentro, allí donde cada uno y una podía manifestar por lo que atravesaba. Infancias duras y difíciles, que con el tiempo lo fueron excluyendo. “Javier, como tantos otros pibes y pibas de Los Hornos, pasó parte de su infancia en la casita de día. En este lugar, el plato caliente del almuerzo y los abrazos de las educadoras son para algunos de ellos, quizás los únicos del día”, refleja un comunicado emitido por la obra después de su crimen. Ahí él y sus hermanos iban a comer, y también a divertirse.
Claudia recuerda a ese niño que apoyaba sus manitos en la mesa y recostaba su mejilla con una sonrisa permanente, o ponía el mentón en sus manos y atentamente escuchaba la historia o el cuentito para reflexionar. “Le encantaba, miraba con esos ojos chispeantes”, dice. A Javi se lo veía disfrutar de ese espacio de contención, era el primero en sentarse en la mesa y el último en levantarse: “Colaboraba, ayudaba a todos los chicos a acomodar las sillas, siempre era el último en irse”.
Brenda también recuerda que Chispita fue un lugar al que a Javi le encantaba ir. Se sentía cómodo por cómo lo trataban y tenía un vínculo muy estrecho con las maestras del lugar. Si bien el centro es hasta los 12 años de edad, Javi y su novia seguían yendo a saludar y visitar a las maestras. En ese lugar les enseñaron a compartir, los ayudaban con la tareas de la escuela y tenían contención.
La lista es larga, las angustias se arremolinan en los estómagos de quienes vieron crecer y reír a ese niño. ¿Cómo es posible tolerar las violencias hacia la niñez y las juventudes? Son un blanco fácil, y sin embargo hay titulares en los medios en los que se avala ese sentido de odio, de justicia por mano propia hacia niños y niñas. Se agregan las violencias policiales y las violencias judiciales que defienden los intereses de los que más tienen. Y se construyen estos “peligros” mientras las políticas de Estado apuntan a que llegue un patrullero en vez de una contención seria y real. Soluciones para el olfato vecinal.
“No sólo hay que garantizar la panza llena y la ternura de cada día, sino también protegerlos y protegerlas de la violencia y la muerte como método”, resaltaron desde la Obra de Cajade
En Chispita con temblequeo en el corazón resaltan la idea de que es necesario, “no sólo garantizar la panza llena y la ternura de cada día, sino también protegerlos y protegerlas de la violencia y la muerte como método”. Javi no eligió este final, se lo impusieron. Se lo presentó la injusticia. “Nos duele perder a nuestros pibes, porque sentimos que todo ese esfuerzo se vuelve en vano. Nos da impotencia la bala en su cabeza, que nos confirma que la batalla todavía es larga y sabemos que esa apología del odio sumada a la estigmatización que sufren los pibes y pibas de nuestras barriadas no hace más que dejarlos en una situación de total exposición frente a quienes se creen con la autoridad moral para decidir sobre la vida de los demás, con o sin uniforme”.
“No vamos a aflojar a pesar de la bronca y la injusticia que sentimos, porque Javier fue niño en ese enorme patio donde alguna vez pintamos… ‘somos la esperanza dibujada en la pared’”. “Y no les tembló la mano”, agrega Claudia, “Ahí acabó. No dudaste. Un niño no se rompe, no se debería romper. Y se rompió”.
La historia de Javi quedará en los corazones de quienes lo vieron crecer, reír, jugar y pintar, de quienes hablaban con él de sueños y porvenires, un adiós desde el hogar, que dice: “Vuela bien alto, allí donde las injusticias no te alcancen”.
1 commentsOn «Un niño no se rompe, no se debería romper. Y se rompió”
También perdí mi hijo con 17 años ,ya esto en La Plata se volvió «NORMAL» la gente se acostumbró a que cada semana muera otro chico,no se valora la vida, gracias a Dios a mi hijo nunca le faltó nada,fue a un jardín y colegio privado, estaba en 4to año del secundario ,hacia deportes,éramos una hermosa familia….acá no hay diferencias sociales,matan nuestros hijos y nadie hace nada, también le arrebató la vida un mal nacido de un tiro GONZALO MARTIN fue criado con mucho amor y en el contexto de una enorme familia muy trabajadores todos ,jamás un solo problema legal,nos encontramos de repente hablando con fiscales ,jueces,tratando de reunir pruebas para «el juicio» haciendo marchas que a nadie le importan ,todos miran para otro lado ,hasta que les pasa….. hoy todos estamos destrozados nos arrebataron parte de nuestra vida y vivimos con miedo y esperando un juicio que no nos devuelve nuestro ser amado en este país no hay Justicia Argentina el país donde un preso tiene más derecho que una persona trabajadora ,inocente ,honesta nadie hace nada ,NO SOLO SE ROMPEN MUCHOS PIBES EN LA PLATA …SE DESTROZAN MADRES HERMANOS FAMILIAS ENTERAS …