Patricio Eleisegui, investigador de la expansión y las consecuencias de la producción transgénica y el uso de pesticidas, habló con La Pulseada Radio sobre su último libro en el que aborda la trama que convirtió a América Latina en un laboratorio para experimentos con graves consecuencias para la población.
El periodista Patricio Eleisegui nació en 1978 y se crió en Sierra de la Ventana. Ya tiene una amplia experiencia en redacciones de diarios, revistas y portales digitales. Desde hace más de un lustro viene investigando las consecuencias para nuestro país de la expansión de los cultivos transgénicos y del uso intensivo de pesticidas. Además de elaborar informes para la televisión italiana y formar parte de la producción de un documental francés sobre el tema, publicó los libros Envenenados: una bomba química nos extermina en silencio (2014) y Fruto de la desgracia: agroquímicos y esclavos para un mundo con arándanos argentinos (2015).
A mediados de marzo en la librería que Sudestada (que también se encargó de editarlo) tiene en la Capital Federal, se presentó su último trabajo, titulado Agro tóxico: Argentina como laboratorio a cielo abierto para el control de la alimentación.
–¿Con qué se van a encontrar los lectores de tu libro?
–Lo que hace Agro tóxico es evaluar, analizar y profundizar sobre el modelo de producción agrícola que está vigente en la Argentina, basado predominantemente en la manipulación genética y en el uso de agrotóxicos. Expone en detalle que hay un vínculo muy estrecho entre los sectores público y privado para motorizar esta clase de agricultura. Todos coinciden en hacer circular una serie de eslóganes, al decir por ejemplo que va a faltar alimento, que no tienen sustento real cuando se los examina con rigor. Pero que sirven como respaldo publicitario para avalar lo que se viene haciendo.
–Es un problema que presenta múltiples facetas ¿Esos aspectos están contemplados en el libro?
–Sí, claro. Hay una interrelación entre los sectores público y privado. Y lo público involucra desde las universidades hasta organismos de gobierno municipales, provinciales y nacionales. Este modelo genera para algunos cuantiosos beneficios económicos. La caja de la soja transgénica ha servido y sigue sirviendo al sostenimiento de modelos políticos. Hay que abordar el tema desde todos los ángulos: políticos, económicos, sanitarios. Es el nervio clave de funcionamiento de un país que sigue siendo exportador de materias primas sin valor agregado. Otra vez nos hemos convertido en meros productores de granos.
–Entre otras consecuencias negativas está el desplazamiento de ciertos cultivos regionales y de la ganadería y la lechería, que requieren mucho más mano de obra, con lo cual también disminuyen los puestos de trabajo.
–Yo ya me ocupé de eso en Envenenados, mi libro anterior. Hay trabajos del INTA que reparan específicamente en ese detalle: se puede hacer producir mil hectáreas de soja con uno o dos empleados multitask –que se ocupen de todo–, mientras que una extensión similar dedicada a la ganadería requiere de 9 o 10 trabajadores. La baja de costos es más en términos laborales que de insumos. Esa es la cara oculta de la estructura que se ha ido instalando mintiéndoles a los productores. Se les aseguró que esto es sencillo de instalar y operar y que resulta económico en su implementación. Hoy todos pueden comprobar que no es así porque se trata de insumos dolarizados. Por ejemplo, la base de la fórmula de los plaguicidas es el petróleo. De manera que cada suba en el precio internacional del barril de crudo impacta de lleno en el valor de fungicidas, herbicidas e insecticidas. Será más grave todavía si avanzan con una ley de semillas que obligue al pago de patentes. Cada año habrá que abonar derechos más elevados por el empleo de esas semillas, lo cual se va a trasladar al costo de los alimentos.
“Este modelo de producción genera para algunos cuantiosos beneficios económicos. La caja de la soja transgénica sigue sirviendo al sostenimiento de modelos políticos”
–¿Conversaste también con quienes llevan adelante producciones sin agrotóxicos?
–La agroecología también está mencionada. Hay una parte del libro que está enfocada en el tema de las malezas resistentes, un fenómeno que es consecuencia directa del uso de herbicidas. Actualmente estas malezas están presentes en la mitad de la superficie productiva del país. En ese capítulo se establece la comparación con el modelo alternativo que no tiene ese problema porque no se basa en el empleo de estos productos. Adoptar esa otra matriz repercute en principio en los costos. Para los que vienen de estar atados a la molécula química hay una primera instancia donde cambiar de prácticas es complicado. Pero luego la situación se nivela y las ganancias son más elevadas que cuando se recurre a pesticidas. Por un lado, porque los costos son más bajos y, por otro, porque al ser exportado el alimento orgánico se paga mucho más que el convencional.
–¿Qué hay de mito y de verdad en las prohibiciones al consumo humano de transgénicos en otros países del mundo?
–No hay prohibición de consumo. Pero sí existen países europeos, como Francia, que tienen vedada la siembra. Ellos entienden que adoptar el transgénico significa una apertura indiscriminada al uso de agrotóxicos. La imposición de transgénicos se vale de una serie de mitos. Entre ellos, que baja el uso de plaguicidas, que se obtienen productos que contienen nuevas vitaminas y que se potencia el valor nutritivo de los alimentos. Pero lo real es que todo eso no ha ocurrido nunca fuera de los límites del laboratorio y que los transgénicos sólo han servido para vender más venenos. En el viejo continente, Francia y Alemania son los países que tienen una posición más dura. España, en cambio, es la nación de la región más favorable a los transgénicos y el miembro de la Unión Europea que hace más fuerza para liberar la comercialización de pesticidas. Sin embargo, la mayoría de los Estados del área se mantienen inflexibles respecto de la siembra. Y en relación con el consumo poseen una ley de etiquetado muy severa. Al ir a los supermercados se comprueba el cumplimiento de la obligatoriedad de identificar qué productos contienen transgénicos y cuáles no. Pero al mismo tiempo son los grandes compradores de forraje consistente en maíz y soja con su genética modificada. En ese sentido, la gran hipocresía de los europeos es decir que el animal que come transgénico cumple al hacer su proceso digestivo con la función de depuración. De modo que los seres humanos que ingieran esa carne no correrían ningún tipo de riesgo. Pero eso no pasa de ser un mero planteo teórico. Existen otros mercados, como el de Japón, que están totalmente cerrados a la compra de estos productos. Los nipones ni siquiera adquieren carne de animales que hayan sido alimentados con transgénicos. Vemos que en el mundo hay posturas diferentes al respecto. Pero que, mientras tanto, somos nosotros los que pagamos los costos ambientales de orientarnos a este tipo de producción que sólo sirve para engordar el ganado que crían los otros.
–¿Cuál es la apuesta de Bayer-Monsanto para la Argentina?
–Es seguir manteniendo a nuestro país como su cabeza de playa para desembarcar en el resto de Latinoamérica. Monsanto ha convertido a la Argentina en su base para introducir productos en otras partes del continente. Desde el territorio nacional lograron expandirse a Uruguay, Paraguay y Brasil. Cuando se produjo el conflicto por las retenciones móviles muchos productores locales decidieron emigrar a algunos de esos países vecinos. Bolivia se encuentra hoy en plena discusión del tema. Hoy Monsanto tiene en la Argentina una posición muy fuerte no sólo en lo que hace a la provisión de genética de soja. Desde 1996 nuestro país es el que más siembra la variedad de soja RR (Roundup Ready) que, como decía, desde aquí se trasladó hacia las tierras cultivables de otras naciones próximas.
“La discusión respecto del carácter cancerígeno del glifosato está saldada. Las cantidades que se usan actualmente son muy superiores”
–La estrategia de la empresa ha sido permitir que la semilla se “piratee” libremente y, cuando su uso ya se ha expandido lo suficiente, reclamar el pago de la patente.
–Es como el famoso dicho: “La entrada es libre y a la salida vemos”. En la Argentina la corporación siempre ha tratado de apretar a las sucesivas autoridades políticas para obtener algún beneficio. Monsanto ha tendido a marcarles la cancha a las diferentes administraciones en la primera etapa de su gestión. Durante el gobierno de Kirchner le iniciaron juicios al país por el copyright de la soja. Cuando asumió Macri, suponiendo que todo sería dorado para la empresa, presionaron para que se sancione una nueva ley de semillas amenazando con que no iban a lanzar nueva genética en la Argentina. Más allá de esto, es interesante cómo Monsanto ejerce un fuerte dominio también en lo que son semillas híbridas de verduras y frutas. En el libro hay un listado de todas las semillas que distribuyen y exportan desde el país. También está la elaboración de glifosato, que en mayor medida realizan en la zona de Zárate, para venderlo después a América del Sur y América Central. Un gran entramado económico ligado a esta gigantesca empresa tiene su sede en la Argentina.
–¿Qué papel juegan en todo esto China y otros socios comerciales asiáticos?
–China es nuestro gran comprador de forraje, que utiliza más que nada para alimentar cerdos. Rotos ciertos paradigmas y adoptados ciertos cambios en un sentido capitalista, se produjo en ese enorme país una movilidad social. Sectores de clase baja pasaron a formar parte de las clases medias. Tratándose de China, estamos hablando de millones y millones de personas. Ese ascenso social implicó un cambio en los hábitos alimenticios. Los chinos pobres comían básicamente arroz. La clase media oriental incorporó carne de pollo y de cerdo, dos animales que se alimentan mediante la mezcla de soja y maíz transgénicos. Entran en juego millones de toneladas. China no dispone de superficie cultivable libre para producirlas por sí misma y además tiene graves problemas de contaminación. En el libro hay una entrevista a Gustavo Grobocopatel. El empresario dice que el mercado que más crecerá en los próximos veinte años será la India. Pero que si bien también es esperable que en este país se desarrolle un proceso de ascenso social no tendrá como consecuencia un aumento del consumo de carne como el que se dio en China. La oportunidad que se presentará entonces tendrá que ver sobre todo con las legumbres. No es casual que en un reportaje reciente que le concedió a Perfil, Grobocopatel hable de las posibilidades que se abren para las legumbres. Ven con anticipación una nueva ventana para los negocios y que esto implicará el desarrollo de modificaciones genéticas como las que ya conocemos en los casos de la soja y el maíz.
–Al ocuparte de la salud en las áreas agrícolas señalás que se están produciendo más casos de cáncer, de bebés nacidos con malformaciones, de abortos espontáneos y de aparición de enfermedades hasta ahora desconocidas.
–Se podría hacer un mapa de dolencias a partir del paquete tecnológico que se utiliza en cada zona. Las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y parte de Córdoba constituyen el territorio del cáncer. Quedan en evidencia las consecuencias graves que tiene para la salud la adopción de esta matriz productiva. El glifosato está tan naturalizado en esas áreas que hasta se lo emplea para combatir los yuyos que crecen en las plazas, en las veredas o en los patios de los colegios. A medida que nos vamos desplazando por el mapa hallamos otras enfermedades que tienen que ver con las características toxicológicas de los productos que allí se emplean. En Chaco, la zona del algodón, aparecen chicos con malformaciones y con problemas cognitivos ligados al uso de determinados insecticidas. El doctor Horacio Lucero es un genetista que, en el caso de Chaco, viene alertando desde hace años sobre la gravedad del problema sanitario que se suscita y aportando documentación que lo demuestra fehacientemente. En Misiones ocurre algo similar con la yerba y el té. Hay familias enteras, incluidas personas de todas las edades y mujeres embarazadas, que conviven cotidianamente con los agrotóxicos y sufren sus consecuencias.
“Somos nosotros los que pagamos los costos ambientales de orientarnos a este tipo de producción que sólo sirve para engordar el ganado que crían los otros”
–Planteando los argumentos que se esgrimen desde el otro lado ¿podríamos decir que “los nuevos pesticidas son mucho menos tóxicos que los que se usaban antes” y que “no deberían acarrear mayores daños a la salud si se los emplea con las debidas precauciones”?
–Hoy mismo (20 de marzo) hace apenas un par de horas, un jurado de San Francisco acaba de condenar a Monsanto al considerar probado que el herbicida Roundup (glifosato) llevó a Edwin Hardeman a contraer el tipo de cáncer conocido como Linfoma No Hodking. Ya es la segunda sentencia firme de este tipo por parte de tribunales norteamericanos. Y están en trámite en Estados Unidos 11.200 demandas más que podrían representarle a la corporación el pago de indemnizaciones por 680.000 millones de dólares.
–No parece casual que estas decisiones por parte del Poder Judicial norteamericano lleguen cuando la empresa ha dejado de ser estadounidense para convertirse en alemana.
–Quizás, pero lo concreto es que en la meca del uso de este tipo de productos ya hay dos juicios en los que Monsanto ha sido declarada culpable por ocultar que su herbicida provoca cáncer. La discusión respecto del carácter cancerígeno del glifosato ya no tiene sentido. Está saldada. Pero además hay que tener en cuenta que las cantidades que se usan actualmente entre nosotros son muy superiores a las que se empleaban anteriormente. No es un producto nuevo. Comenzó a difundirse en los ’70 y en los ’80 tuvo un gran promotor, que recorría el país hablando de sus bondades, que se llama Felipe Solá. En 1991 se consumían en todo el país menos de un millón de litros de glifosato. Pero a fines de la década pasada ya había que hablar de 200 millones de litros. Las consecuencias dañinas del producto se agravan cuando tenemos semejantes volúmenes de consumo. Si el supuestamente más inocuo de los herbicidas es cancerígeno, como ya está judicialmente probado, qué queda para los demás. Además todavía no hay investigaciones concluyentes sobre cómo incide la interacción de estos productos entre sí. Lo apunto porque el glifosato puro sólo existe en el laboratorio y no es lo que efectivamente se comercializa.
–Algunos han llamado “modelo extractivista” a este que se basa en la megaminería y en la producción a gran escala de soja transgénica. Dado que ha avanzado tanto en las últimas décadas, ¿sos optimista y crees que este proceso puede revertirse?
–Lamentablemente no. Creo que será cada vez peor. Alguien decidió dividir al mundo en áreas productivas y a nosotros, como región, nos tocó ser los productores de alimentos y la sede de los experimentos pensados para el abastecimiento del planeta en ese sentido. A África, en cambio, parecen haberla reservado para la megaminería. En los últimos años he viajado mucho y he recorrido, entre otros países cercanos, Brasil, Perú, Colombia, Venezuela, México y Costa Rica. En todas esas naciones me he encontrado con la misma problemática respecto del sector agrícola: tendencia al monocultivo y aumento exponencial de plaguicidas. Han logrado imponer gestiones políticas que los favorecen porque están alineados con estos mismos intereses. Ya lo decía el doctor Andrés Carrasco: detrás de todo problema de salud hay un problema político. Lo único alentador es que en la Argentina hay más discusión, espacios de resistencia y expresiones de reclamo social, aunque desgraciadamente todo esto vaya de la mano con la tragedia.
El libro
El libro puede solicitarse a sudestadarevista@yahoo.com.ar, adquirirse en Tucumán 1533 (CABA) o comprarse en los quioscos o librerías que ofrecen habitualmente las publicaciones de Sudestada. Este es el diálogo que sostuvimos con Eleisegui:
Marcha mundial contra Monsanto
El sábado 20 de mayo, tanto en Buenos Aires como en otras numerosas ciudades del planeta, bajo la consigna “¡Para detener este genocidio, agroecología ya!”, se realizará por sexto año consecutivo la Marcha Mundial contra Monsanto-Bayer. Para decidir qué acciones realizar en esa jornada global de protesta se efectuó dos meses antes una asamblea abierta en la Plaza San Martín de Ciudad de Buenos Aires, frente a las oficinas de la multinacional.
El año pasado, al cumplirse veinte años de la resolución que autorizó la producción y comercialización de la soja RR en nuestro país, el reclamo incluyó una caminata desde ese espacio público de Retiro hasta el Obelisco.
Las entidades convocantes se oponen además a la modificación de la Ley de Semillas, a la participación de la Argentina en el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, la megaminería, al fracking, a la energía nuclear, a las mega-represas, al relleno de humedales y a “todas las actividades de carácter extractivista, saqueador y contaminante”.
Entre muchas otras instituciones adhieren la Asociación de Abogados Ambientalistas, el Grupo de Reflexión Rural, la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria.