El cura revisaba todos los días la producción de sus gallinas. Solía andar con huevos en los bolsillos y en el auto, y repartía para que todos pudieran apreciar el color y el sabor de la producción casera. Y siempre apostó al desarrollo de la granja y de la huerta educativa. Hoy el proyecto comienza a ser realidad de la mano de su coordinador, Fernando Tosetti; de “El Caya”, que llegó al Hogar cuando tenía 12 y que le prometió a Cajade que iba a levantar la chacra; y de tres pibes que conforman el semillero de la Granja Don Juan.
Por Carlos Sahade
Un Pointer con cara de bueno husmea al recién llegado. Enseguida viene a corroborar la impresión otro igualito aunque con más pequitas marrones. Le sigue un Mastín Napolitano que asusta pero que se pasea entre los gansos sin hacerles nada. Cerca, enmarcado por una bandera argentina, la virgen de Luján y la foto de Carlitos, el cartel de la Obra del Padre Cajade.
Ahí comienza la Granja, ubicada en 643 entre 12 y 13, frente al corazón del Hogar: el predio que ocupan las casitas donde viven los educadores y los pibes.
Carlitos soñaba con una granja y una huerta para que los chicos crecieran en contacto con animales y plantas, aprendieran un oficio y pudieran vivir de sus frutos. Pero la idea iba mucho más allá: quería que fuera un imán para las escuelas de la región y aprovechar cada visita para hablar con los alumnos del trabajo de la Obra, los derechos de los niños y sobre el país con infancia por el que siempre militó.
A más de cinco años del fallecimiento del cura, la idea está en marcha gracias a cinco personas: Fernando Tosetti (37), Ricardo Calla (23), Martín (14), José Luis “Chiche” (15) y Hernán “Chicho” (11).
Fernando es el coordinador de la Granja desde hace casi dos años. De mirada franca, sonrisa entradora, mano apretada y dispuesta a extenderla. Ni bien asoma alguien, prepara el mate. Se lleva mejor con la pava que con el termo metálico de tapita negra que se empecina en chorrear, pero él insiste y, con el mismo empecinamiento, va y viene con un trapo rejilla bien blanco. Les inculca a los chicos la importancia del “orden y la limpieza”. Tiene convencimientos firmes y los ratifica con palabras y con hechos. “Todo el tiempo”, “siempre” y “en todos lados”, son expresiones que utiliza constantemente para que no queden dudas de sus certezas. Y no se sonroja ante las cargadas que recibe por la exhibición de las imágenes y de los símbolos a los que se aferra.
Además de la bandera argentina de la entrada, hay otra de varios metros de largo colocada de un alambrado y, cerca de la casa, una tercera en un improvisado mástil que se cae a la menor brisa, pero que pronto será reemplazado por uno en serio, con soguita para izar y arriar. En el ringtones de su celular, el Himno Nacional. Un personaje. “Sí, la verdad es que sí. Soy un loco de atar pero no me toques la bandera. Me encanta la bandera… No hay como la nuestra. Siempre me gustó. Cuando era chico, en mi pieza tenía –y todavía la tengo- una virgencita de Luján que le regaló mi madrina y una banderita argentina que me regaló mi viejo. Y dormí toda la vida con eso agarrado a la mano. Lo llevé a todos lados. Soy un loco: vienen mis familiares a comer y pongo seis banderas argentinas. Me vas a ver un día y voy en el auto con la bandera afuera como si estuviera jugando Argentina la final del mundo… Soy un loco”.
Ricardo Calla, “el Caya”, que lo secunda al frente de la Granja, se ríe y hace un diagnóstico menos severo: “está medio loco”.
-¿Cómo te das cuenta?
-Por todas las pelotudeces que dice… Es lo más boludo que hay en todo el mundo…
-¿Por qué?
-Desde hace como diez días tiene la bandera argentina pegada en ese alambre…
-¿Vos cuál pondrías?
-La de Estudiantes… Si a Fernando le das a elegir casarse con la Presidenta o con Maradona, se casa con el Diego y su casa la pondría en las Malvinas… ¡Quiere ir a vivir allá!
Y luego agrega: “es un buen tipo: cuando lo precisás siempre está presente… Y cuando él te precisa nosotros también estamos”.
“También yo he aprendido de ellos –admite Fernando- porque he pasado un trance muy jodido cuando me separé y me levantaron ellos… En una semana me levantaron ellos… La semana que me quise ir. Entre Mariano, ‘el Caya’ que es un señor, Juan Cruz, que acá es socio vitalicio: sábado y domingo, a las 9 de la mañana golpea la puerta y desayuna conmigo. Ese es mi premio”.
Fernando nació en Villa Argüello, “el mismo barrio del cura”, dice con orgullo. Cajade estudió con su papá y tuvo “la suerte de conocerlo en uno de los tantos comedores que funcionaban en casas particulares. Mi vieja ya me lo había presentado cuando era chico y siempre veníamos a visitar la Obra”. Además, cuenta que su tía fue la primera persona a la que casó el cura y que poco antes de morir, el último matrimonio que bendijo fue el de su hermano.
Fue Miguelito Cabrera, el encargado de la imprenta Grafitos, el que lo llamó para hacerse cargo de la Granja por recomendación de un amigo en común que sabía que tenía un perfil ideal para esa función.
Es técnico agrario recibido en la Escuela de Bavio. Fue docente en las escuelas especiales 501 del barrio Obrero y en la 502 “Carlos Cajade” de El Carmen, ambas de Berisso. Trabajó en una empresa de pintura, en mantenimiento de maderas y a la noche, con su hermano, atendía la barra de un boliche. En el Hospital de Melchor, durante cuatro años, bañó y cambió a internos del Neuropsiquiátrico. Se iba hasta ahí con su amigo “Julito”, en bicicleta desde Villa Argüello “por la 520 vieja”. También estuvo en Casa Cuna. “Lo social siempre me movió. Siempre… Y siempre tuve buena onda con los pibes”.
Actualmente dicta un taller de jardinería y huerta en la Escuela Especial 514 de La Plata, está realizando cursos de perfeccionamiento docente y en la Granja de Cajade tiene objetivos claros: “Lo que busco es aportar mi experiencia y formar al pibe con todas esas bases que tuve, siempre enfocando al estudio y que sean personas de bien. No quiero que sean granjeros o técnicos agropecuarios. Me encantaría que lleguen a eso, pero no tienen que venir a la Granja con ese objetivo. Tienen que estar bien ubicados y ser responsables para que el día de mañana puedan desempeñarse en cualquier trabajo. Ellos tuvieron una infancia dura pero la sociedad también es dura. Y yo los estoy fogueando todo el tiempo”.
Resurrección en la Granja
Los comienzos fueron difíciles. “Cuando llegué –dice Fernando- era todo un desastre, los pastizales, la casa destruida… Había seis chanchas en mal estado, totalmente en bajo peso y el padrillo ya no podía servir a las chanchas. Encontré sesenta gazapos muertos, que son los bebés de los conejos; cuatro conejas hembra, siete muertas y un solo macho”.
“El Caya” recuerda que “Fernando nos juntó a hablar: ‘¡¿Quién está conmigo para laburar?!’. Si hay que laburar, yo me quedo con vos, pero a laburar y no a perder el tiempo. Nos pusimos las pilas y la levantamos”.
“¡Estuvimos un mes para limpiar la casa así que imaginate cómo estaba!”, enfatiza Fernando y sigue: “empezamos a comparar alimentos, a buscar donaciones, a buscar restos de la panadería para usar de comida… Engordamos las chanchas un poco, las inyectamos y salvamos las crías. Llegamos a tener 40 lechones en el mes y medio de estar instalado. Al padrillo lo capé y todavía está acá porque los chicos están muy encariñados con ‘Charly’ y lo tienen como un perrito”.
También cuenta que había dos ovejas y un carnero. “Las tuvimos que pelar porque hacía tres años que no se les cortaba la lana y se estaban muriendo. Las salvamos, tuvimos seis crías de ovejas y hace poquito nacieron dos más”.
Según Fernando, lo más difícil es criar los gansos porque si alguien llega a tocar el nido, la gansa rompe el huevo y lo abandona. A pesar de esa dificultad, “ahora hay doce gansos nuevos pero criados acá con los chicos y no comprados”.
La conejera no tenía techo. Se le habían volado las chapas y hubo que arreglar todo de a poco, casi sin recursos. Y con la ayuda de un primo, del “loco Riera” y de Roberto Zungry, “hice la primer cría y largué 40 gazapos”.
Para colmo no funcionaba el tractor, que para Fernando “es el corazón de la granja”, ya que “desde mover un palo, hasta cortar el pasto de la granja y del Hogar por medio de la desmalezadota, todo lo hacemos con el tractor”. Es un Deutz modelo 74, “muy usado” al que “le hicimos embrague que salió 4000 pesos, le cambiamos cubiertas y filtro de aceite con Miguelito, un muy buen tipo que hizo un montón de cosas con el tractor y ahora anda bien. Lo que se rompió es la desmalezadora. Dardo Acuña y Sebastián Acuña de Astilleros nos donaron las cuchillas, que son caras y acá vuelan, se parten, porque agarrás una piedra, un tronco o algo que no viste y te quedás sin cortar el pasto”. Ese “corazón de la granja” se lleva 300 pesos por mes sólo de gasoil.
“Había mucho por hacer: estuvimos más de seis meses limpiando mugre y tratando de arreglar los alambres… Presentar la Granja”. Fernando iba y venía en moto por la avenida 7, con buen tiempo o con lluvia. “¡Te vas a matar!”, lo retó más de una vez Miguelito.
Al tiempo de haberse instalado a vivir en la casita ya limpia de la Granja, fastidiado por no poder solucionar todos los problemas que había encontrado y con dificultades familiares que se agravaban por el tiempo que le dedicaba a la Obra, decidió renunciar. “Estaba desesperado”. Comenzó a juntar las cosas, la virgen, los cuadros, los libros… “Hace seis meses que estoy acá y ni una señal… ¡Aunque sea mandame una señal, carajo!”, recuerda que gritó con el retrato de Cajade en la mano. Con los ojos brillosos y la voz entrecortada cuenta que en el celular, que en la calle 643 nunca tenía señal, recibió el llamado de Cecilia que le preguntaba cómo estaba y qué necesitaba. Para Fernando, esa fue la señal y al poco tiempo Cecilia se convertiría en su compañera de ruta.
El Caya, de taquito
La Granja es un desafío para “El Caya” que no duda en decir que “esta es mi vida”.
-¿Quién te enseñó a trabajar y a pensar la tierra?
-Un hombre llamado Bebe Roldán que conocí en Arturo Seguí y que tiene un campo grande con animales. Él me enseñó lo básico y me dijo: “si te gusta el campo lo vas a sacar de taquito”. Aprendí a montar caballo, a tirar el lazo, a matar animales y después, cuando llegué al Hogar de Cajade, Don Juan me dio lo último que me faltaba aprender que era arar con el tractor y todas las demás cosas. De ahí salió lo que soy ahora que sé de cualquier cosa de campo. De acá cerca –señala un campo lindero al Hogar- me vienen a buscar porque no sé qué tengo: no digo “no” a nadie, ¿viste? La otra vez vino un flaco a eso de las dos de la mañana para que lo ayudara porque tenía una vaca que iba a tener cría. Me puse el pantalón, el cuchillo y me fui. Volví a las cinco y a las ocho tenía que entrar a la Granja así que dormí tres horas y me vine. Lo del campo lo llevo impregnado.
-¿Cómo es un día tuyo acá?
-Llego a la mañana, controlo todos los animales y si hay alguno lastimado cancelo todo y estoy con ese animal hasta que esté más o menos curado. Y después, cortar el pasto, mantener los alambres tensados, los conejos bien, que tengan agua y controlar las vacunas… Las cosas que hacen que el animal esté bien y que produzca para mantener la chacra.
-¿Hablabas con Carlitos de la Granja?
-Sí, había días en que yo estaba medio deprimido por cosas que me pasaban o porque discutía con mi viejo o porque iba a la escuela y no me salía nada bien y me bajoneaba… Entonces me iba a buscar a mi casa y me traía para acá. Nos sentábamos allá debajo de aquel siempreverde del fondo, tomando mate con el termo y me decía: “Mirá, yo quiero que esto salga adelante, como el quincho… El quincho (el Salón de Usos Múltiples) él no lo vio pero lo quería para que estemos todos juntos ahí adentro y que discutamos como hermanos porque desde que murió el cura empezamos a separarnos un poco. Ahora nos empezamos a juntar pero estuvimos como dos años separados: un grupito acá, otro por allá… Entonces el Hogar se estaba viniendo abajo. Entonces un día con los más adolescentes, con Mariano y con Marcelo Blanco (coordinador de la Obra) que siempre está con nosotros, nos sentamos un día a charlar: “vamos a hacer las asambleas”, “vamos a empezar a juntar el Hogar de vuelta que está muy separado”. Y yo lo que quiero también es levantar la chacra por algo personal porque yo le dije al cura que iba a hacer todo lo posible para ayudar al encargado que esté a levantar la granja. Eso es algo más personal que laboral. Siento que debo algo y lo quiero cumplir.
Subtítulo: Pasen y vean
Tal como lo había pensado Carlitos Cajade, la idea es hacer una granja productiva y educativa para que las escuelas puedan traer a los chicos. Y pese a que todavía falta, algunos establecimientos ya estuvieron de visita y, según Fernando, “pasaron un día bárbaro porque recorrieron todo, vieron los conejos, los caballos, le dieron de comer a las ovejas…”.
El coordinador de este emprendimiento señala que lo que se busca es que “la Granja sea una puerta abierta para que los pibes del Hogar muestren todo lo que hacen y que es mucho, en la panadería, acá mismo…”. También está presente la idea de conversar con los alumnos.
Ricardo, “el Caya”, tiene claro que “lo que siempre quería el cura era que cuando vengan los chicos hablemos nosotros y no siempre los educadores, porque nosotros somos la voz del Hogar. Cada vez que viene alguna escuela, los más grandes nos juntamos un rato antes y depende de los pibes que sean es lo que charlamos, pero yo casi siempre me quedo en la Granja y no voy a las charlas”.
-¿Pero qué te parece que habría que transmitirles a los chicos?
-Es como decía el cura: los derechos del niño son buenos y que nunca tiene que faltar un plato de comida y siempre tiene que estar con la familia… El cura decía que él quería que hogares como estos disminuyan y no crezcan. También hay que hablar con los padres, como en mi caso, para que no saquen a los pibes de la escuela y los manden a laburar. La idea es que no dejen el estudio y que siempre sean personas de bien. La vez pasada vino un chico, agarró una piedra y le tiró a un pajarito parado en unos palos. Le dije: “No…”.
La Granja hoy luce un alambrado nuevo gracias a que se consiguieron 140 metros de alambre, pero todavía “hay que cerrar el invernáculo con nylon y alambre y cerrar todo lo que es el predio del monte frutal para poder traer las 36 plantas que donó la Facultad de Agronomía. Si no hago el cerco, los animales me comen los árboles”. Fernando mira para la entrada y se ilusiona: “Ahí va a estar el invernáculo, el monte frutal y la laguna artificial que será cruzada por un puente colgante de madera que tenemos guardado… Yo estaría infartado si estuviera Carlitos acá”.
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