El blues de la calle 51, de Lalo Painceira, es mucho más que un libro sobre un grupo de artistas plásticos identificados con el “informalismo”. Es un relato con muchas voces que recupera climas y experiencias que la ciudad vivió hace medio siglo. Presentamos una breve reseña y también un extracto del trabajo, para viajar en el tiempo y conocer los bares, cines y otros espacios culturales de la época.
Por Daniel Badenes
La historia comienza el 7 de octubre de 1960. Ese día se inauguró en el Museo Provincial de Bellas Artes —por entonces ubicado en el subsuelo del cine San Martín— el Salón Estímulo, que había convocado a distintos artistas jóvenes de la ciudad. Y ese día varios de ellos descubrieron que no eran los únicos informalistas, como se denominó la vanguardia expresionista con la que identificaban su trabajo. Otros se habían atrevido a mostrar sus trabajos. Esa noche la siguieron en un bar que estaba la vuelta: el Capitol. Y así seguirían otras noches. Cuando la muestra se desmontó, colgaron los cuadros en ese bar, que ya era como su casa y empezó a convocar a distintos referentes de la bohemia local. “Fue nuestro cafetín discepoliano; allí aprendimos, filosofamos, amamos, debatimos, creamos, compartimos y crecimos”, sintetiza Lalo Painceira en El Blues de la calle 51.
En el Capitol transcurre buena parte de la historia que cuenta este libro, subtitulado Collage del grupo Sí, Vanguardia informalistas y los comienzos de los años´60 en La Plata y recién editado por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Conocido por muchos por el periodismo, que ejerció más tarde, Lalo fue uno de los integrantes de ese grupo de corta pero intensa vida. Omar Gancedo, Antonio Trotta, Horacio Ramírez, Nelson Blanco, Mario Stafforini, Juan Antonio Sitro, Dalmiro Sirabo, Horacio Elena, Alejandro Puente y Carlos Pacheco fueron algunos otros. “Había algo que nos hermanaba, quizás la rebeldía, el ser jóvenes insolentes e informales en una ciudad en donde los de nuestra edad se vestían de grandes”, escribe.
Así, con el jazz como cortina, se juntaron “los bárbaros que invadieron la monotonía conservadora reinante en La Plata”. El bar —aclara Painceira— no era atractivo: “Seducía por no cerrar nunca sus puertas” y por sus dueños, “que nos aguantaban con consumiciones mínimas durante horas y horas, generosamente nos prestaron sus paredes…”
Tiempo de vanguardias
“Sencillamente no cumplíamos con esos ritos que daban identidad a la mayoría de los jóvenes de las capas medias platenses. Nos asumíamos como pintores y nos sentíamos representados por el informalismo, la beat generation, los ‘iracundos británicos’ y el cine europeo, pese a no haber atravesado las condiciones que engendraron esos movimientos. Pero así pintábamos, ésas eran nuestras lecturas y las películas que veíamos, debatíamos y que nos formaron”. Lalo define en primera persona a quienes se identificaban como informalistas. Las páginas del collage que creó tienen algunas pinceladas de historia del arte: se ocupa de caracterizar vanguardias, sus referentes y sus debates. Luego pone el foco en la ciudad: “El informalismo tuvo en La Plata su clara y única manifestación en el Grupo Sí. Fuimos una consecuencia o derivación de un movimiento cuyo origen más cercano se remonta al expresionismo y con influencias innegables del surrealismo”, define.
En ese entonces, la división en el terreno artístico era tajante: lo clásico y mental por un lado; lo romántico o expresionista, por el otro. “Un relato bipolar”, asume el autor, y reconoce la polémica que sostenían con los geométricos, inclinados hacia el arte concreto, con quienes no tenían otro punto de encuentro que las clases que daba en la Facultad de Bellas Artes Héctor Cartier, un “gran maestro que no recibió todavía el homenaje que le debe La Plata”. Allí se cruzaban informalistas y geométricos, aunque no se hablaban: “Ambos colectivos manteníamos posiciones sectarias y enfrentadas. Sin posibilidad de diálogo. Hoy, transcurridos cincuenta años, el sectarismo se derrumbó”. La prueba es la participación en el libro, con un escrito vivencial, de Gonzalo Chaves, uno de los integrantes del grupo de Arte Concreto, del que también fueron parte Héctor Puppo, Hugo de Marziani, Jorge Pereyra, Mario Casas y Roberto Rollié. Varios participaron de la creación de la carrera de Diseño de la facultad de Bellas Artes.
“Mientras la geometría representaba la utópica esperanza de una organización nueva, el informalismo mostró el alma rota del tiempo que vivía —procura sintetizar Painceira—: Por eso (…) se complementan y representan las dos caras, el Yin y el Yan de la última vanguardia conocida hasta el momento del Modernismo”. El racconto de Lalo también destaca a Edgardo Antonio Vigo (La Pulseada 93), impulsor con Graciela Gutiérrez Marx del Arte-Correo, una “vanguardia más radical incluso que el arte concreto y el informalismo”.
Todo ello implicaba una renovación para el campo cultural platense, que se debatía en álgidas tertulias en bares. Se mezclaban poetas —como los del Grupo de los Elefantes o el grupo Esmilodonte—, militantes y estudiantes de humanidades, como Néstor García Canclini, Ricardo Piglia o Julio Godio, que se reunían los jueves en La Modelo para leer y discutir textos de Marx. El movimiento de teatro independiente, que creció y se consolidó en La Plata precisamente en esta década, completaba esos nuevos aires.
Una época y una ciudad en el mundo
“Tratábamos de expresarnos con nuestra pintura en un mundo que no era sencillo, que fue doloroso y no sólo para los demás, para el resto del planeta, sino también para los argentinos”, escribe el autor-protagonista. El blues… es un aporte a la historia social de la ciudad. Además de contar el devenir del grupo Sí, Painceira cuenta “cómo era La Plata o, para ser más exacto, como recuerdo yo a aquella ciudad” y qué pasaba en el país y el mundo.
Así, en este collage sobre los ‘60 se cruzan la teología de la liberación, el sindicalismo combativo, la influencia de la revolución cubana, la lucha mundial contra el belicismo. Se debate la enseñanza laica, se sueña la vuelta de Perón. Suena la voz combativa de Joan Báez, el Imagine de John Lennon y las canciones de Serrat, y también la música de Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti, Mercedes Sosa, Violeta Parra y tantos otros que brotan de la memoria del autor.
Ninguno en el grupo llegaba a los 30 años. Para ellos, los ‘60 fueron de aprendizaje y politización. “Las discusiones comenzaron a teñirse con ideología y eso generó en algunos, la necesidad de una praxis”, cuenta Painceira, que en ese entonces adhirió a la Federación Juvenil Comunista (“La Fede”) y se volcó al trabajo del Frente Cultural del PC, del que también plasma nombres y recuerdos en el libro. Esto determinó su alejamiento del informalismo, luego del Grupo Sí y finalmente, de la plástica. El cambio coincidió con su ingreso a la carrera de Cinematografía de la UNLP, donde cursó con Raymundo Gleyzer o Alejandro Malowicki, entre otros. En ese entonces su compañero Ricardo Gil Soria lo acercó al peronismo, donde militaría más tarde.
Toda la experiencia narrada por Painceira sucede en lugares que ya no son los mismos y en torno a una avenida 51 cuya fisonomía cambiaría en la última dictadura, hasta volverla irreconocible. “La historia y la transformación de la ciudad borró a los bares que nos cobijaban: el Capitol, el Adriático y el Tirol Chopp —escribe Lalo—. Hay nuevos, sí, pero los habita la premura de un hombre sin tiempo para sí mismo, ni para el diálogo con el otro. De aquellos años sólo queda un bar, el de la esquina, el Parlamento, al que jamás fuimos en los años sesenta”.