“La pintura es una mentira bella como la poesía”

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El artista Esteban Marconi habló con La Pulseada sobre sus orígenes mirando atardeceres en el campo, el descubrimiento en Bellas Artes y el impulso de su carrera con una película sobre José Gelbard y el diseño de tapa de un disco para La 25. En el arte “las personas buenas tenemos que tomar la voz”, asegura.

Por Margarita Eva Torres
Fotos: Luis Ferraris

“Lo que más tristeza me da es que hay enormes talentos que nunca se van a poder desarrollar”, es una de las primeras frases que dice el artista plástico, escenógrafo y músico platense Esteban Marconi cuando La Pulseada lo visita en su taller “La libertad: Fábrica de artistas”.

Tiene 36 años. Hasta los 17 vivió en Magdalena y luego se radicó en la capital provincial. En sus ojos brilla el niño ávido de luces que se detenía para ver cómo los naranjas del atardecer transformaban la pared sucia que delimitaba un baldío. Hoy, a través de su obra, denuncia las condiciones que distorsionan la vida de muchos seres humanos desechados por el sistema, arrojados a la precariedad y a quienes se les obtura la capacidad de ser.

Como escenógrafo de la banda La 25, su arte trascendió las fronteras del país y recientemente presentó su propia banda, Veneno, cuyas canciones hablan, como lo hacen sus pinturas, de los sueños truncados, de las injusticias sociales y de la decadencia del mundo, cooptado por la lógica del consumismo y el tener.

El artista, que en una canción imagina a un niño que se ahogó en la trágica inundación de 2013 en La Plata y le da voz, también habló de cómo Nos tapa el agua. No es sólo el título de una de sus canciones, sino una triste metáfora de la realidad.

¿Cómo fueron tus primeros años?
Mis viejos vivían en el campo cuando yo nací y tengo una base agraria que me marcó un montón. Luego nos fuimos a Magdalena y durante la primaria lo único que quería era que terminara la clase para salir a andar en bicicleta. Siempre le decía a mi madre que no tenía ninguna tarea para hacer y arrancaba las hojas para que no hubiera evidencia.

¿Qué mirabas cuando ibas en bicicleta?
Me gustan los atardeceres y la luz del sol. Lo que les gustaba a los impresionistas del siglo XIX: cómo las luces se imprimen sobre las cosas. A la tarde, sobre todo en invierno, por la distancia del sol con la tierra, se producen unos naranjas sobre las construcciones o sobre las pieles de las personas que siempre me generaron una sensación de alegría. A los 11 años empecé a estudiar pintura con Abel, un profe de allá, que no era muy buen docente pero me sirvió mucho porque me dibujaba algo y yo tenía que imitar. Allí arranqué a dibujar. Compartía el taller con gente más grande y yo era como la mascota. Éramos una familia humilde y un día le dije a mi viejo que el profesor me había pedido óleos y un bastidor y que tenía que empezar a pintar. Después se enteró de que era un bolazo pero desde ese día empecé a pintar con óleos y me sentí un artista.

Soy un enamorado de la soledad, me parece que hay que estar un poco solos para pensar y sentir. Para mí, es vital”

-¿Cuándo surgió la vocación de pintor, como vos te definís?
En los años ‘90 me tocó estar en Verónica. Allí no tenía amigos y sólo se veían los canales 7 y 9. En ese momento empezó a salir en la tele “Caloi en su tinta”, con animaciones experimentales. Me volví loco y empecé a dibujar. Volvimos a Magdalena y a partir de ir al taller supe que no quería hacer otra cosa que no fuera pintar. En 1994 entré al Bachillerato de Bellas Artes. Para mi familia fue complicado económicamente mandarme todos los días desde Magdalena y se bancaron que a los 13 años estuviera de noche parado en 1 y 60 esperando el colectivo y no había teléfonos. Como experiencia fue una locura conocer a profesores con otra cabeza. Mi familia es de clase humilde intelectual que pudo estudiar un poco, una combinación rara. Me sirvió mucho ver la humildad y saber que muchas cosas no se podían.

¿Cómo fue que llegaste a participar en la realización de la película Gelbard, historia secreta del último burgués nacional, en 2006?
La oportunidad surgió un poco de casualidad. Estaba estudiando animación en la Escuela de Cine de Avellaneda, una experiencia buenísima, en ese momento era una de las únicas escuelas estatales para estudiar dibujo animado, que no era tan común como ahora. Había una compañera de Periodismo a quien le propusieron que hiciera la animación y ella me propuso a mí, el guión es de María Seoane y Carlos Castro. Era mi posibilidad pero no tenía ni computadora, no tenía nada. Decidí hacer la animación igual, todo un desafío porque tuve que dibujar y hacer todo sin posibilidad de ver lo que estaba haciendo y con todo el material hecho, ir a editar. Se fueron dos resmas de papel con la cara de Perón hablando con Gelbard, porque en la animación hay que hacer 24 dibujos para proyectar en un sólo segundo, para que quede fluido.

Aunque una persona no tenga conocimiento de arte pictórico, mira tus obras y ve un artista comprometido con lo real…
Mi realidad es acotadísima, trato de ser cada vez más cauteloso para entender que somos seres bastante reducidos a la hora de observar, pero también pienso que hay algunos que tienen sus banderas, sus convicciones y hay algunas cosas que hay que decir, porque hay mucha gente que ha tomado la voz y me parece que influye con cosas feas en el cine, en la política, en la humanidad. Yo me siento una persona buena y quiero expresar mis ideas. Hago un análisis de la realidad argentina y latinoamericana, donde se combinan cosas que me vienen bien, como la belleza de lo feo, que es algo que me atrae mucho. Me gustan las estaciones de trenes abandonadas y las imágenes nostálgicas. Soy un enamorado de la soledad, me parece que hay que estar un poco solos para pensar y sentir. Para mí, es vital. Tengo la sensación de que en Argentina y América Latina hay muchas cosas que podrían haber sido pero no fueron. Siento un poco de tristeza y bronca cuando veo la pobreza y tanta pérdida de energía, porque está lleno de gente talentosísima que no se va a desarrollar. Esas son las ideas que trato de contar con la plástica y con la música. Mis pinturas podrían relacionarse con el realismo social, que surgió antes del impresionismo y cuyos pintores mostraban lo que estaba pasando.

¿En qué contexto surge el realismo social?
Es una manifestación de las primeras consecuencias de la revolución industrial, donde aparecen los marginados, los que se quedaron afuera. Estrictamente lo que pasó en ese momento es lo que pasa hoy y lo que ha pasado siempre, porque hay gente que sobra y otros que están muy bien. Convivir con eso es difícil hasta para la persona más desalmada, sobre todo entendiendo que no se va a solucionar sino que va a empeorar, no nos tenemos que mentir. Ves a un nene pidiendo y quizás le das algo de dinero y no lo ves más. Pero el dinero es algo completamente mínimo, hasta el más zonzo lo sabe: uno vive de los vínculos, el llenarse la panza es un cachito de la vida y una vez que la llenaste no vale más nada y empiezan las cosas verdaderas y esos chicos se las pierden.

En tus pinturas, los trenes son como una marca que te identifica. ¿Por qué?
A mí me gustan muchísimas cosas, pero con los trenes me pasa algo raro que se explica desde lo metafísico. Desde chiquito me gustó quedarme solo en la estación. El día que descubrí los talleres de Tolosa llenos de locomotoras abandonadas fue increíble. No sé de mecánica y sin embargo me gusta eso de lo que pasó y no está. Desde ese lugar interpreto la nostalgia. Estoy en una estación y pienso cuántas parejas se habrán separado en ese andén, cuántas cosas habrán pasado. Ahora hay pasto arriba de los fierros, pero hay historia envuelta allí.

¿Cómo vivís la experiencia de enseñar arte a otros?
–Me di cuenta de que la docencia es una cuestión que se lleva, que para ser docente tenés que ser buen tipo y querer ayudar. Hay algo que no vi en Abel ni en los profes de la facultad: que quieran que sus alumnos sean mejores. A mí sí me pasa eso. Todo el tiempo busco que mis alumnos sean mejores. El docente tiene un poder increíble: con una palabra puede matar a alguien o darle una esperanza. Mi taller se llama La Libertad por la decisión concreta de tratar de no tener jefes y hacer una vida donde el tiempo para vos sea lo más largo posible. Mi premisa es que hay que creer en la locura de uno.

Con La 25 tu obra se internacionalizó. ¿De qué manera vivís esa experiencia?
A llegar a eso me ayudó haber trabajado en la película de Gelbard, que se vio mucho. Así fue que me encontré con los músicos y me gustó el desafío de hacerles algunos dibujos. Cuando terminé el primer arte de tapa, a ellos les gustó pero a mí no. Entonces, aproveché que se fueron de gira e hice otra cosa que también les gustó. A la semana firmaron contrato con EMI así que de la noche a la mañana tuve 70 mil discos en toda Latinoamérica. Fue muy loco porque era andar por el país y ver mochilas con mis dibujos. Al principio te sentís importante, pero después te das cuenta que no es importante. Hace diez años que estoy con ellos.

No protesto sólo contra la sociedad capitalista deforme, sino contra nosotros mismos por haber asumido algo que no queríamos asumir”

¿Cuándo empezaste a sentir la necesidad de incursionar en la música?
Siempre me gustó. En el Bachillerato de Bellas Artes uno se encuentra con personajes muy interesantes. Tenía amigos con hermanos mayores, muy estimulados desde lo musical. Mi viejo escuchaba folclore y tango y yo escuchaba eso. Alfredo Zitarrosa y Los Olimareños me resultaban unos capos totales pero a mí me gustaba más el ruido. Cuando lleg a La Plata empecé a conocer bandas que escuchaba medio a escondidas, porque mi viejo pensaba que todo lo que era rock era una influencia yanqui, que era una cuestión de ser colonizados y entonces me daba vergüenza. Después entendí que las cosas no son exactamente así, porque a través del rock se pueden decir un montón de cosas. En la facultad me relacioné mucho con músicos. El anexo de Bellas Artes es como una casa aparte donde hay aulas con pianos, guitarras y vos pedías y podías entrar. Ahí empecé a aprender a hacer un poco de ruido. Cantaba, pero solo, me daba mucha vergüenza, hasta que me di cuenta de que si soy un hombre valiente tenía que animarme a cantar. Arranqué y un día me junté con unos músicos y armé la banda y todo funcionó y de pronto me vi en un escenario con gente abajo.

¿Por qué la banda se llama Veneno?
Es como una especie de veneno bueno. Aquellas personas a las que yo critico ven a mi música como un veneno: un veneno que te hace ser un deforme en una sociedad deforme.

¿Cómo surgió la letra de Nos tapa el agua, una canción que toca la sensiblidad de los platenses que sufrieron la inundación?
–Ese día yo sentí el agua, vi cómo se quemaba la planta de coque porque estaba cerca y que después se diga, como se dijo, que no había faltado ningún chico y relativizar la gente que murió, me pareció una canallada total. Entonces estaba dibujando la imagen de Tobías, un nene que mi hermana retrató en una villa donde es voluntaria en un comedor, y pensé que podría haber sido él uno de los chicos que se llevó el agua. Hace poco escuché un audio en el que (Eduardo) Galeano contaba que su abuela le decía que a las malas personas la culpa les carcome el sueño y no pueden dormir, y él decía que no, que en eso la abuela se había equivocado, porque a los malos la culpa no les hace nada, los deja dormir tranquilamente, no les dice nada. En el relevamiento que se hizo de las víctimas no hay ningún nene, yo jugando me imaginé que sí y que al alma de ese chico, como no está en ninguna lista de muertos, no la dejan entrar ni en el cielo ni en el infierno, entonces está dando vueltas entre nosotros. Esta canción es como la búsqueda de una especie de revancha, es una canción muy culposa, porque verdaderamente habla un alma que no puede entrar ni al cielo ni al infierno, entonces se va a la oreja del político de turno a decirle que nos está tapando y que no se va a poder olvidar de él. Nos está tapando el agua y mi espíritu va a estar al lado tuyo para condenarte, le dice. Es un poco la búsqueda de la revancha de ese alma, en nombre de todas las víctimas.

¿Podrían definirse como canciones de protesta?
Sí, son todas canciones de protesta porque soy un protestón, un cuestionador completo, así no lo diga. Pero no protesto sólo contra la sociedad capitalista deforme, sino contra nosotros mismos por haber asumido algo que no queríamos asumir, aunque admito que a veces no te das cuenta que podés preguntarte. Ese es un milagro que tenemos algunos poquitos y ese es mi caudal económico.

La realidad del obrero es también una canción llena de realismo…
Habla de un empleado de la fábrica que lo único que desea es salir del laburo, ir a comprar droga, sentir que está feliz, por más que se le caiga el techo encima va a estar feliz, ignorando que es una maquinita que cuando deje de funcionar la van a dejar tirada.

¿El arte es creación o recreación?
Creo que siempre es creación por más que estés recreando o copiando. Yo relaciono lo mío con la creación. Últimamente trabajo desde la fotografía. Estoy buscando imágenes constantemente, como una persona que tiene hambre y busca comida. Ahora estoy pintando el cuadro de un perrito, que voy a llamar autorretrato porque me siento muy relacionado con ese perro y entonces podríamos hablar de una recreación, pero en la imagen ya en la elección, la utilización en la paleta y el énfasis que uno le da, queriendo o sin querer, está generando una obra diferente. La pintura no es la realidad, es pintura, es una mentira bella como la poesía, es algo que nace de uno y otra persona que haga lo mismo no le va a salir igual, por más genial que sea como imitador. En la pintura, lo que exagerás o lo que dejas de mostrar, es algo personal. Desde ese lugar hablo de creación sin medida, sin pensamiento.

¿Hay resignación en el artista?
Creo que no, uno intenta. Yo sé claramente que mi obra no va a importar demasiado porque en Argentina no importa la pintura, es un país muy particular para analizar porque todo el mundo sabe de todo. Nos mentimos, sabemos de todo pero andamos re mal. Es muy poca la gente que se detiene. Gracias a las pantallitas estamos muy adormecidos y muy acelerados a la vez, no tenemos tiempo para detenernos a ver. Pensar que una obra va a cambiar la existencia no es realista, pero siempre les digo a los alumnos que es muy importante darse la posibilidad de pensar que tal vez el apellido de uno merezca estar en el lomo de un libro y no por una cuestión egocéntrica, sino porque uno se lo ganó, porque hizo algo realmente bueno. Soy un ilusionado en ese aspecto. Pienso que tal vez el milagro sea yo, o vos, o ella. Hay que pensar así porque nos enseñaron que los genios son otros y estamos acostumbrados a seguir parámetros. Yo estoy convencido de que es mucho más importante ser auténtico y aunque seas malo, aunque seas el peor, encontrar tu propia palabra. El problema es la búsqueda del éxito y del dinero, eso es terrible, eso te destruye. Si uno no valora su propia belleza y perfección no puede ir a ninguna parte.

Gracias a las pantallitas estamos muy adormecidos y muy acelerados a la vez, no tenemos tiempo para detenernos a ver”

¿En el arte hay una búsqueda externa o uno se busca a sí mismo?
Creo que están las dos cosas. Hay un buscarte a vos porque partís de algo que te falta, de una insatisfacción. Yo tengo una búsqueda concreta: pienso que las personas buenas tenemos que tomar la voz. A veces creo que los políticos son personas con problemas mentales que creen que el poder los va a legitimar como una persona valiosa, que está bueno pero si lo hacés por medios elevados, no bastardeando o quitándole al otro. Aparecer en la pantalla de la tele diciendo pavadas no es tan elevado como hacer una pintura y trascender el pensamiento de los demás a través de algo bello, de algo que lograste después de pensar. Uno sabe siempre si se está mintiendo o no.

¿Existe el valor estético?
El arte se puede analizar desde lo técnico, quién logró conseguir algo mejor con determinadas reglas. Por otro lado podemos hablar de la belleza y caemos en la subjetividad, porque también es una construcción. Yo andaba por el campo de la mano de mi abuelo. Silbaba el sonido de los pájaros y yo veía en él a un artista, porque para ser artista no es preciso hacer una obra, si sos capaz de ver belleza, sos un artista. Si yo hubiese nacido en una villa no hubiese hecho ninguna obra, ¿y por eso hubiera dejado de ser artista, de ser sensible ante las luces y las formas? Ese es el problema grave de Latinoamérica, está llena de gente capaz que no se desarrolla y eso genera la violencia que vemos en la calle. /// LP


 “Mis trenes son espectros”

–Desde lo estético me gusta la imagen apocalíptica. Los trenes en Argentina son un claro ejemplo del vaciamiento de una nación para que no pueda florecer jamás. Desde su construcción hasta su destrucción, todo fue planeado para favorecer intereses extranjeros o sectoriales. Murieron muchos pueblos por donde antes pasaban varias formaciones. El gasto era mínimo pero pasamos a transportar todo en rutas que no dan abasto y las estaciones son como las taperas en los campos, están usurpadas o son tolderías que encierran un barrio humilde. Por eso creo que el tren, que era algo súper importante representa la muerte absoluta. Eso me mata y me encanta. Me resulta atractiva la a solemnidad de ese viejo gigante perdido en el medio de la nada y entender que a nadie le importa. A mi generación no le importa nada de esto. Me enloquece porque no es la destrucción de algo chico, sino de 45 mil kilómetros de vías y 1.500 estaciones. Hoy estamos peor que nunca, desde que yo vivo este es el peor momento de todos y lamentablemente no va a cambiar. Mis trenes, por eso, son espectros. Un día estaba en la estación de Wilde esperando el tren. Veía la luz pero no frenaba y me di cuenta que era el tren de cartoneros. En esos vagones sin ventanas venían dos nenes jugando. Uno estaba en la cola del tren y ambos se agarraban de las barandas, con medio cuerpo afuera, colgando, se disparaban, como si fuera una película del viejo oeste. Entonces, cuando el nene que estaba en la cola del tren me miró, me apuntó, me disparó y yo me tiré. Cuando me levanté el pibe se reía. Conozco cómo quedan los chicos después del paco y él tenía esa cara. El pibe estaba reventado pero yo sentí que en ese momento el pibe volvió a jugar y eso me mató. Eso es lo que me conmueve: esa muerte absurda, ese crimen social.

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