Al cumplirse 14 años de la muerte de Carlitos Cajade, nuestro ciclo radial lo recordó en una charla con uno los sacerdotes que fue su amigo y con uno de los chicos que creció en el Hogar y ahora es educador. Hubo una misa y se colocó uno de los “Pañuelos por la Memoria” en la ermita donde están sus restos.
El 22 de octubre se cumplieron 14 años de la muerte de Carlitos Cajade. Para recordar al creador de la gran obra de amor a la infancia y la adolescencia y también fundador de La Pulseada, se celebró una misa en el Hogar de Villa Garibaldi, el emprendimiento que fue el origen de todo su proyecto.
Además, se colocó uno de los mosaicos enmarcados en la iniciativa “30.000 pañuelos por la Memoria”, que coordina Marcela Sanmartino y de la que participan muchos integrantes de la Obra, en una de las paredes de la ermita donde descasan sus restos. Son piezas que lucen el símbolo de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, con la intención de homenajearlas a ellas y a las víctimas del terrorismo de Estado. Es algo que seguramente hubiera llenado de satisfacción al sacerdote que decía “pertenecer con orgullo a una generación que por no renunciar a sus ideales hoy tiene 30.000 desaparecidos”.
En una jornada tan especial nuestro ciclo de radio conversó con el amigo de Carlitos, que ofició la ceremonia religiosa en barrio Aeropuerto, y con uno de los pibes criados en el Hogar que hoy, ya mayor, ha vuelto a vivir en él pero en el rol de educador.
“Una misa por la unidad”
Carlos Gómez es quien está a cargo actualmente de la parroquia Stella Maris de Punta Lara y ofreció la misa por Carlitos. Habló con La Pulseada Radio minutos después de ese momento tan especial.
–¿Cómo describirías lo que ocurrió?
–Fue un momento para hacer memoria acerca de la vida, la obra, las enseñanzas que nos dejó Carlitos junto a todos los que de algún modo siguen trabajando para continuar con esta tarea tan hermosa que él supo llevar adelante. Estuvimos en la ermita donde cada mañana se tomaba su tiempo para hablar con Dios y la Virgen y para meditar sobre cómo dar vuelta todos los problemas que se planteaban. Fuimos a poner un pañuelo blanco hecho en cerámica por gente que lo fabricó especialmente. Porque Carlitos, entre tantas cosas, era un fiel defensor de los Derechos Humanos y de las Madres y las Abuelas. Bendijimos entonces ese pañuelo que quedará allí para siempre. Después realizamos la misa que, en este caso, dada la situación de nuestro país y de Latinoamérica, fue una eucaristía por la unidad de todo el campo popular.
Estaban acompañándonos, entre otros, Quique, del grupo de Chicos del Pueblo y José Luis Aranda, del centro comunitario El Delfín Azul. Nosotros mismos nos planteamos en ese momento de recordación de Cajade lo necesaria que es la unidad. Por separado muchas veces nos desanimamos y, si estamos solos, abandonamos. En cambio, si estamos juntos, nos vamos acompañando y alentando para seguir. Para poder triunfar hay que estar unidos. No hay otra porque el enemigo es muy fuerte. Sólo juntos podemos sacar todo esto adelante. Ese es el sentido es que quisimos darle a esta eucaristía coincidente con el 14° aniversario del fallecimiento de nuestro amigo. Sabiendo que Carlitos sigue presente desde el cielo y que el ejemplo que nos dio en la tierra permanece en nuestros corazones.
–Vos te ordenaste unos años después pero compartiste con él experiencias de vida y una mirada sobre la tarea pastoral. ¿Qué significó Carlitos Cajade en tu existencia?
–Yo entré al seminario por la diócesis de La Plata y tuve la suerte, cuando ingresé, de encontrarme con un grupo pequeño pero muy importante de jóvenes. Yo estaba en el primer año y ellos ya cursaban el cuarto. Me refiero a Carlitos Cajade, Mario Ramírez (fallecido dos semanas después de esta entrevista), Leonardo Belderrain, el Bocha Mendoza, Daniel Manzuc. Tuve la fortuna que a pesar de haber recién comenzado me invitaran a un retiro espiritual que hicieron en una casita de madera que tenía la familia Cajade en Punta Lara. Compartimos una semana y recibimos charlas de sacerdotes como los padres (José María) Barbano y (Hugo) Sirotti. A pesar de que ellos eran más grandes y hacía años que se conocían, tuvieron la generosidad de incorporarme a mí también. En esos espacios pensábamos en qué consistía ser un seguidor de Jesús y cómo ir desarrollando nuestra tarea dentro de la Iglesia. De ellos aprendimos a ir a los barrios o a acercarnos a los movimientos de jóvenes. Nos transmitieron una forma de ser una Iglesia más abierta, más preocupada por lo que le pasa a la gente, más comprometida con los Derechos Humanos. Es la mirada de la Iglesia que siempre tuvo Carlitos y que fue compartiendo con otros. Porque yo tuve la suerte de que pasáramos mucho tiempo juntos, de reunirnos todas las semanas a comer y charlar. Fueron horas y horas de discusión, poniendo en común distintas perspectivas, dentro de un ámbito fraterno de formación.
–Hoy estás al frente de la parroquia Stella Maris, ¿cuál es la realidad social que allí te rodea?
–La realidad de Punta Lara no escapa a la del país: inflación, tarifazos, grandes dificultades para llegar a fin de mes. También hay mucho desempleo, con gente que hasta hace poco tuvo un trabajo y hoy ya no lo tiene más y tiene que salir a rebuscárselas como puede. Afortunadamente en Punta Lara tenemos un municipio que, dentro de sus posibilidades, responde dando ayuda y contención. Después nosotros, desde la parroquia y las mesas barriales, vamos tratando de colaborar para paliar tantas necesidades. Que son muchísimas porque los padecimientos que nos trajeron estos cuatro años de neoliberalismo son terribles.
–Estamos en vísperas de un cambio de gobierno. ¿Tenés esperanzas?
–No sólo yo tengo esperanzas sino que también las veo en la gente. Nos vamos contagiando entre todos las expectativas de que venga algo distinto y mejor. Me acuerdo cuando en 2003 Cajade nos decía que ojalá los argentinos seamos capaces de cuidar este airecito fresco que estaba entrando por la ventana. Y ahora, dieciséis años después, yo digo lo mismo. Ojalá que sepamos aprovechar esta oportunidad de hacer algo distinto y cambiar totalmente de rumbo respecto de lo que fueron estos últimos cuatro años. Tengo esperanzas pero no una ilusión infundada. No hay soluciones mágicas. Son políticas que habrá que ir llevando adelante entre todos para que muy trabajosamente logremos que esta situación cambie para mejor. Asimismo tengo esperanzas cuando veo esta rebelión en Chile. Parecía que allí nada podía modificarse y de pronto empieza a cambiar. También lo ocurrido en Ecuador es una señal de que nuestros pueblos son pacíficos y aguantan, hasta que un día no soportan más que los sigan saqueando y dicen basta. Los movimientos históricos revolucionarios son complejos. Yo no soy quien para pretender interpretarlos. Pero miro con esperanza no solamente a nuestra patria sino también a América Latina. En algún momento pareció que el neoliberalismo había llegado para quedarse para siempre. Pero al dejar tanta gente en la miseria, al enriquecer cada día más a los ricos y empobrecer cada día más a los pobres, alcanzó tal punto de injusticia que se volvió intolerable. La gente se está encargando de encontrar los modos de poder salir de esto. Nosotros acá, con los votos. En otros lugares lo llevan adelante a su modo. En todo esto, Carlitos Cajade está presente. Ahora y siempre, como decimos. Lo tenemos vivo en nuestro corazón y es permanente bandera de lucha.
“Una infancia libre y feliz”
Se llama Oscar Suárez pero todos lo conocen como “Pinino”. A los 9 años lo mandaron a la fuerza al Hogar de Cajade porque con sus hermanos se escapaba de la escuela. Muchos años después regresó con su esposa a vivir en una de las casitas del predio de Villa Garibaldi pero ambos se transformaron en educadores, no sólo de sus dos hijas sino también de otras pibas.
–¿Podría decirse que Carlos Cajade sigue vivo en el interior de muchas personas y que vos sos una de ellas?
–Sí. Lo mismo ocurre con Tony Fenoy, a quien acabo de escuchar leerle una carta que comparto por completo. Tony también es un pedacito de lo que él generó acá en el Hogar. Es así con todos nosotros. Somos muchos los que contenemos pedacitos de él y todos los días, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, tratamos de contagiar ese espíritu tan lindo que nos transmitió. Algo que nos ayuda a estar tranquilos y a saber que estamos haciendo las cosas bien cada vez que nos toca intervenir con algún pibe. Algunos, como Tony, están contagiando esos ideales por otros lados y otros, como yo, estamos haciéndolo desde acá.
–¿Cómo llegaste al Hogar y qué estás haciendo allí ahora?
–Yo llegué en 1992 por un problema familiar. Mis viejos se habían separado y mi mamá tenía que salir a trabajar, nos dejaba a mí y a mis hermanos en la Escuela N° 50 de Los Hornos. Pero nosotros saltábamos un alambre y nos escapábamos por atrás del colegio. Tomábamos el 307 y nos íbamos hasta el Hospital Italiano a cuidar autos. Entonces la asistenta social de la escuela fue a la casa de mi vieja a decirle que como faltábamos continuamente íbamos a perder el año. “¿Pero cómo puede ser si yo todos los días antes de ir a trabajar los dejo en el colegio?”, le dijo mi mamá. Nosotros, sabiendo que ella no podía volver hasta la nochecita, regresábamos tarde, a veces con plata en el bolsillo. Y hasta en ciertas oportunidades, porque había alguna jornada en el Hospital, nos quedábamos directamente a dormir ahí. Después de informarla y viendo la situación, la asistenta social le ofreció a mi madre la posibilidad de llevarnos al Hogar. Así fue como llegamos los cuatro hermanos. Después nos fuimos yendo de a uno.
–Nos imaginamos que al principio fuiste muy a disgusto.
–Sí, claro, porque me estaban cortando las alas. Sentía que se me estaba viniendo el mundo abajo porque me alejaban de mi vieja que era lo que yo más quería. Más allá de que muchas veces no le lleváramos el apunte e hiciésemos lo que queríamos, era nuestra principal referencia. “Si siguen así van a terminar internándolos en un colegio”, nos habían dicho. Pero no dimos bola y seguimos haciendo lo mismo. Cuando llegamos acá pensamos que eso que nos planteaban como amenaza se había terminado cumpliendo. Pero ya instalados en el Hogar nos dimos cuenta de que esto era otra cosa.
–¿Por qué después de tantos años te decidiste a volver?
–Hoy escuché un audio del grupo Los Pibes de Cajade. Y uno decía que tenía que devolver de algún modo todo lo que le habían dado a él. Es un conjunto de personas integrado por gente que cuando fue chica vivió acá y por militantes de niñez que han decidido unirse a la causa. El ser humano tiene que ser capaz de dar un poquito de lo que tiene, aunque sea de su tiempo, al que tiene al lado y lo necesita. Y más si es un niño que está sufriendo y al que le falta vivienda, comida, guardapolvo. Y, sobre todo, afecto, cariño, ternura. Esas cosas te movilizan porque te ves reflejado en esos chicos. Es algo que vos viviste en carne propia. Por eso ahora nos toca a nosotros actuar como educadores de ese pibe. Transmitirle que el que está al lado no es un enemigo, que no tiene que envidiarlo. Hay que enseñarle a ver otras cosas.
–¿De cuántos chicos y chicas son responsables con tu señora?
–Aparte de nuestras dos hijas, hasta el sábado pasado estábamos a cargo de otras tres nenas. Pero ese día una de ellas regresó con su familia. Porque hay todo un trabajo articulado con las familias para que, una vez que puedan resolver cierta problemática, reciban nuevamente a sus hijos. La idea, como decía Cajade, es tratar de que cada chico regrese apenas pueda con su familia. Nadie quiere que esto exista pero por muy distintas causas se producen a veces casos de abandono familiar. Por el agravamiento de la situación social de estos últimos cuatro años, como decía Tony, estos problemas dentro de las familias aumentaron desgraciadamente mucho. Ni siquiera existe la opción de calzarte o comer. ¿Me compro un par de zapatillas o una hamburguesa? Hoy falta el morfi en la mesa y eso es muy doloroso. Es jodido no poder garantizarle la comida a tus hijos.
–A veces viene a participar del programa un chico que asiste a Casa Joven y nos ha dicho: “Ojalá yo hubiera vivido en el Hogar”.
–Durante mi adolescencia yo tenía muchos amigos que vivían con sus familias en los alrededores y que, pese a que no tenían tantas necesidades, querían integrarse al Hogar por el ambiente que existía, por el compañerismo, por la libertad, por la contención, por un montón de cosas. Queremos devolverle al Hogar ese espíritu que Cajade nos enseñó que tenía que tener: el de un lugar que nos permita ser libres y tener una infancia feliz.
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Con los pinchas no se metan
De las muchas anécdotas que vivió con Cajade, “Pinino” recuerda en especial una muy graciosa: “Algo más que le debo al cura es que me conservó siendo pincha. Cuando yo llegué al Hogar era hincha de Estudiantes. Pero el 80 por ciento de los pibes que estaban en ese momento eran del Lobo. Una vez nos fuimos todos juntos de vacaciones a un predio que la Iglesia tiene en Ostende. Yo tendría unos doce años. Dormíamos en colchones que estaban colocados adentro del templo. En eso entraron Juan Pablo y Miguel, que eran de los más grandes, ya adolescentes, junto con Mario, que vivía conmigo. ‘¡Dale, hacete del lobo!’, me piden. Gimnasia estaba por salir campeón. Bueno, siempre estuvieron por salir campeones… (risas). Me ponen la camiseta y entonces yo digo: ‘¡Sí, somos todos del lobo!’. Entré así, con la camiseta de Gimnasia encima, adonde estaban todos los educadores. Y los otros tres ingresaron gritando: ‘¡Vamos que Pinino se hizo del lobo!’. Entonces el cura empezó a perseguirlos. ‘¿Qué hacen boludos? ¡Qué es el único pincha que tengo!’, los retaba mientras los corría a través de los médanos”.