A nueve décadas del nacimiento de Stanley Kubrick, el director de La naranja mecánica, el balance lo confirma no sólo como un gran cineasta sino como uno de los artistas más notables del siglo XX. Vida y obra de un realizador genial
Por Carlos Gassmann
Dicen que era un perfeccionista obsesivo y un maniático impenitente. Las anécdotas recogidas en los rodajes se acumulan para confirmarlo, a veces ligadas con su minuciosidad y en otros casos lindantes son el sadismo. Quien interpretaba al escritor de La naranja mecánica tuvo que bajar 53 veces una escalera para que el director diera la toma por aprobada. A Shelley Duvall le hizo repetir más de 100 veces una escena de El resplandor hasta considerarse satisfecho. Además ordenó a todo el equipo técnico que tratara con desprecio a la actriz para que efectivamente sintiera la angustia que él pretendía que le imprimiera al personaje. Y además dicen que la relación sentimental en crisis entre Tom Cruise y Nicole Kidman terminó de desgastarse y de hecho se acabó tras las tensiones a las que fueron sometidos durante los tres largos años que insumió la filmación de Con los ojos bien cerrados.
Stanley Kubrick, nacido en Nueva York en 1928, hubiera cumplido 90 años el 26 de julio pasado. Pero murió el 7 de marzo de 1999, a los 70, en la que había convertido en su patria adoptiva, Gran Bretaña. Apenas 13 largometrajes le alcanzaron para entrar en la historia del séptimo arte. Recorrió y redefinió varios géneros y no es fácil encontrar alguna constante temática en su producción. Quizás la del hombre solo, sea héroe o villano, que enfrenta a las coerciones sociales y acaba fatalmente vencido.
Hay mucha megalomanía en sus imágenes, siempre impresionantes, se trate de panorámicas o primeros planos. Pero esa grandilocuencia, en lugar de provocarnos rechazo, nos envuelve en su particular universo y termina por fascinarnos. En su búsqueda de lo imposible le legó a la cinematografía nuevos recursos narrativos y valiosos adelantos técnicos como lentes más rápidos, cámaras de mano más versátiles, micrófonos más sensibles o reflectores más potentes.
Al comienzo fue fotógrafo profesional y a partir de los 23 años filmó tres cortos y dos largometrajes: Miedo y deseo de 1953 y El beso del asesino de 1955, trabajos que no le dieron todavía fama ni dinero, pero que ya pusieron de manifiesto sus potencialidades. Entre 1956 y 1960 se desarrolla la primera parte importante de su carrera, la llamada fase de su juventud o período en blanco y negro. Atraco perfecto de 1956 fue su primera película con un presupuesto importante y actores renombrados de Hollywood como parte del reparto. En 1957 estrenó La patrulla infernal, que terminaría convirtiéndose en un clásico, con Kirk Douglas al frente del elenco. Inspirada en hechos reales, es la historia de cuatro soldados elegidos al azar que son acusados de cobardía y condenados a ser fusilados a modo de ejemplo para los demás en el marco del interminable avance y retroceso de trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Kubrick era un perfeccionista obsesivo: en su anecdotario figura que hizo repetir a actores y actrices las escenas centenares de veces hasta considerarse satisfecho
Esta cinta es la que inaugura también los problemas de Kubrick con la censura. Dado que los hechos suceden dentro del ejército galo, la película estuvo prohibida en Francia durante décadas. Luego grupos de ex combatientes exigieron que cada proyección fuese precedida por los acordes de La marsellesa, desconociendo que no era una obra antifrancesa sino un alegato antibélico con pretensiones de universalidad.
La etapa de consolidación se inicia con Espartaco, de 1960, y concluye en 1968. Otra vez con Kirk Douglas como protagonista, la cinta tuvo un costo altísimo para los estándares de la época. Este gran filme épico, que narra la sublevación de los esclavos durante el Imperio Romano, ganó tres Oscars y fue un gran éxito comercial. Consagró a Kubrick pese a que tuvo poco control sobre el montaje definitivo, algo por lo que luchará denodadamente toda su vida. Este largometraje también fue el que marcó el fin de las listas negras impuestas por el macartismo, ya que gracias a los esfuerzos de Kirk Douglas, Dalton Trumbo pudo firmar el guión con su nombre real y salir del ostracismo al que lo había condenado la caza de brujas.
En 1962 Kubrick filma Lolita, sobre la célebre novela del mismo nombre de Vladimir Nabokov, quien aceptó encargarse de escribir la adaptación cinematográfica. Kubrick declaró que era uno de los guiones más perfectos que había visto pero que filmarlo hubiera insumido algo así como nueve horas de película, por lo cual se vio obligado a abreviarlo. El argumento de la novela que, como se sabe, habla de la seducción mutua entre un hombre mayor, encarnado por James Mason, y una adolescente de 14 años, convirtió al filme en un escándalo, porque era demasiado atrevido para la moral de la época. Las nuevas dificultades con la censura norteamericana condujeron a Kubrick a radicarse definitivamente en Gran Bretaña, aunque siguió viajando con frecuencia a los Estados Unidos.
En 1964 dio a conocer un trabajo que, entre nosotros, tuvo un título llamativamente extenso: Doctor Insólito o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba. En medio de la Guerra Fría y a poco de la crisis de los misiles en Cuba, el creador se vale de una comedia de humor negro para burlarse del absurdo de una carrera nuclear que implicaba que, en caso de desencadenarse un conflicto, no se destruiría sólo al enemigo sino al planeta entero. Peter Seller sería el actor más destacado del filme al asumir a tres personajes distintos.
Entre 1968 y 1999 se desarrolla la última etapa de la producción de Kubrick, en lo que se denomina su período en color o ciclo de la madurez. Precisamente en 1968 alcanza la que para muchos es la cumbre de su carrera con 2001: Odisea del Espacio, basada en un cuento breve de Arthur Clarke. Un género que hasta entonces sólo había dado lugar a entretenimientos para las tardes de matinée, con marcianos y alienígenas algo ridículos, el de la ciencia ficción, consigue, como antes había logrado en la literatura, un status de respetabilidad en el cine.
Un presupuesto que se duplicó hasta alcanzar los diez millones de dólares -cifra completamente desusada para la época- y efectos especiales sin antecedentes, diseñados por el propio Kubrick, confluyeron en una de las películas más arriesgadas de la historia. En una gigantesca elipsis de cuatro millones de años, el cineasta traza una audaz parábola sobre la evolución del hombre en la que caben temas tan trascendentes como el de la soledad, la muerte o las consecuencias de la tecnología.
Hay total consenso en que 2001… marcó un antes y un después para la ciencia ficción en el cine. Realizadores como George Lucas, responsable de la saga de La guerra de las galaxias, o Ridley Scott, autor de Blade Runner y Alien, el octavo pasajero, han reconocido que la de Kubrick es la película que modificó al género para siempre y le otorgó una identidad definida.
Curiosamente le significó al director el único Oscar que se le concedió a título personal: Mejores Efectos Especiales. Pese a numerosas nominaciones, jamás le entregaron la estatuilla al Mejor Director y ninguna de sus obras fue reconocida como Mejor Película.
En 1971 estrenó otra obra maestra, La naranja mecánica, inspirada en la novela homónima de Anthony Burgess. Alex, el jefe de una pandilla ultraviolenta, interpretado por Malcom McDowell, que realiza toda clase de destrozos, apalea vagabundos y comete violaciones, es sometido por el Estado a un tratamiento de rehabilitación que resulta todavía más cruel que sus propios crímenes.
Las polémicas desatadas esta vez fueron más virulentas que nunca. La prensa inglesa planteó que el filme estaba incitando a la violencia y aseguró que varios grupos de jóvenes habían cometido delitos vestidos como los personajes. Por eso Kubrick mismo le pidió a la distribuidora en 1973 que retirara las copias de las salas y hubo un veto a las exhibiciones en Gran Bretaña que se prolongó nada menos que hasta el año 2000. Pese a todo, la película tuvo cuatro nominaciones al Oscar y el director consiguió, por fin, lo que tanto había buscado: el control artístico total sobre sus obras.
Después del fallido proyecto de filmar una cinta sobre Napoleón, que entre otras desmesuras pretendía reunir un ejército de 35.000 extras, Kubrick decidió valerse de algunos avances de esa frustrada producción para realizar otro largometraje. Así fue como en 1975 dirigió Barry Lyndon, con Ryan O’Neal y Marisa Berenson, basada en una novela de 1884 de William Thackeray.
Con las idas y vueltas constantes de un folletín, el filme narra el ascenso y la caída de un pícaro plebeyo, un aventurero irlandés, que mediante ardides en el ejército y trampas con las cartas acabará viviendo como un aristócrata. Las locaciones, el vestuario, los carruajes, los objetos y la recreación en general de los ambientes del siglo XVIII son de una meticulosidad y una belleza deslumbrantes. Pese a que ganó cuatro Oscars la película no tuvo el recibimiento que se merecía de parte de la crítica y el público. Pero para una opinión tan calificada como la de Martin Scorsese es el mejor trabajo de Kubrick y vale la pena aconsejárselo a quienes hasta ahora no lo hayan visto.
Cinco años después, en 1980, el director rescató de la banalidad a otro género, el del terror, con su traslado a la pantalla de El resplandor, la novela de nada menos que Stephen King. Jack Nicholson representa al escritor, ex alcohólico y en crisis de inspiración, que se ofrece a cuidar, junto a su mujer y su hijo, a un gigantesco hotel que queda completamente aislado durante la temporada invernal. En ese ambiente inquietante irá en aumento la perturbación, el delirio y la furia desatada del protagonista. La primera mitad de la película es un crescendo de tensión que mantiene al espectador al borde de la butaca y demuestra el talento de Kubrick para explotar las emociones que cada género es capaz de desencadenar. Aunque Stephen King no se manifestó conforme con la versión, El resplandor es considerado uno de los mejores filmes de terror jamás filmados.
Desde la década del ’60 tuvo problemas con la censura. Sus filmes siempre generaban debates en torno a temas polémicos
Tras siete años de silencio, Kubrick regresa a las carteleras en 1987 con Nacido para matar, inspirada en un libro de Gustav Hasford. Así, vuelve a tocar el tema bélico pero esta vez en referencia a la Guerra de Vietnam. La primera parte cuenta el durísimo entrenamiento de los marines, a cargo de un inclemente sargento de infantería negro, magistralmente representado por Lee Ermey, un personaje que plagiarán hasta el cansancio varios largometrajes posteriores. La segunda parte muestra el combate y termina de configurar, con la crudeza de sus escenas, otro gran manifiesto pacifista del realizador.
Nada menos que doce años después, luego de varios proyectos fallidos, en 1999, Kubrick concreta su última obra, Con los ojos bien cerrados, basada en una novela de Arthur Schnitzler. Una pareja neoyorquina acomodada, interpretada por Tom Cruise y Nicole Kidman, atraviesa una etapa de aparente felicidad que entra en crisis a causa de la revelación de sus sueños y fantasías sexuales. Tratándose de una película algo hermética, donde las fronteras entre lo real y lo fantástico, lo vivido y lo soñado, se traspasan continuamente, el filme recibió una acogida dispar por parte de los especialistas y los espectadores. Entusiasmó a algunos y decepcionó a otros. Pero si se la revé y se la repiensa constituye una incisiva exploración sobre el papel de lo inconsciente y la fuerza del deseo.
La censura volvió a ensañarse con la obra, sobre todo en los Estados Unidos, donde para no calificarla de pornográfica suprimieron varias escenas de la extensa secuencia de la orgía y pixelaron los genitales de determinados actores y actrices. Cuatro días después de una función privada de preestreno para amigos, familiares y actores, el 7 de marzo de 1999, como se dijo, Kubrick murió de un ataque cardíaco mientras dormía.
El impar y excéntrico artista había afirmado alguna vez: “El cine debe ser como la música: una progresión de sentimientos y estados de ánimo; primero debe venir la emoción y sólo después el sentido”.
Música maestro
La elección de la música para sus películas por parte de Kubrick merece un comentario especial. Gran melómano, descartó muchas veces las bandas de sonido originales para suplirlas por fragmentos de piezas de la música erudita de todos los períodos, desde el barroco hasta el contemporáneo. Seleccionaba esos temas con tanta maestría que lograba una articulación perfecta con las imágenes.
Apeló, entre otras, a partituras de Bach, Vivaldi, Händel, Beethoven, Schubert, Liszt, Rossini, J. Strauss (hijo), Berlioz, R. Strauss, Shostakóvich, Jachaturián, Bartók, Ligeti o Penderecki.
También fue un pionero en el uso de la música electrónica al emplear versiones de los clásicos ejecutadas con los sintetizadores moog por Walter Carlos, quien luego cambió de género y pasó a llamarse Wendy Carlos.
Compositores de la en principio hermética música contemporánea, como el húngaro György Ligeti, le deben a Kubrick -pese a que éste jamás les pidió autorización para usar sus creaciones y debió hacerle juicio para cobrar los derechos- el haber salido de un virtual anonimato para alcanzar el reconocimiento del gran público.