Escena contaminada, manipulación irregular del cuerpo, allanamientos ilegales. Los detalles de la denuncia por encubrimiento agravado contra ocho policías y un médico forense al que se le pasó por alto el disparo en la cabeza de Sebastián.
Por Pablo Spinelli
Las irregularidades en la investigación por el crimen de Sebastián Nicora empezaron a ser detectadas por su mamá, Fernanda Nicora, el mismo día de la muerte, cuando ella fue la última en enterarse de lo ocurrido. La fiscalía intervino a las 11 de la mañana del 15 de febrero de 2013 e identificó al joven fallecido que había sido hallado siete horas antes. La noticia, que ya corría como reguero de pólvora en todo el distrito de Punta Indio, llegó a su casa de Verónica recién a las 13.30.
Está claro que la re-autopsia realizada en octubre de 2014, un año y medio más tarde, fue la que reimpulsó un expediente que parecía condenado a ser cerrado con impunidad.
“La causal de muerte de Nicora Sebastián de 16-17 años de edad, se produjo por traumatismo craneoencefálico con destrucción de masa encefálica, producido por proyectil de arma de fuego que ingresando por región frontal izquierda realizó una trayectoria de adelante hacia atrás, levemente de izquierda a derecha y levemente de arriba hacia abajo”.
Crudas pero reveladoras, y muy diferentes de las que hablaban de un “golpe con un objeto punzante”, las conclusiones de las médicas Nora Viviana Sotelo y María Andrea Pons, de la Asesoría pericial de la Suprema Corte de Justicia bonaerense, dieron carnadura probatoria a lo que Fernanda venía gritando sin ser escuchada en su pueblo.
Desde el principio ella habló de una investigación plagada de irregularidades. Movieron el cuerpo, la escena donde apareció Sebastián no fue preservada y hay actas dudosas. Nunca se halló su morral ni su teléfono celular. Tampoco el botín —un arma— que supuestamente él y su amigo habrían robado de una casa de Verónica, hecho que desencadenó una denuncia en su contra por hurto.
La primera autopsia fue realizada ese mismo día en la morgue policial de La Plata. El médico José Daraio informó un golpe en la frente “con un objeto punzante”. También reportó no haber encontrado otros rastros de violencia sobre su cuerpo. Hablaba de que Sebastián fue asesinado sin tener la posibilidad de una mínima resistencia. Y no mencionaba nada sobre un impacto de bala en su cabeza.
Sin perímetro
Esa pericia médica irregular es el elemento principal de la denuncia penal por encubrimiento agravado, pero no el único. Además del doctor Daraio aparecen señalados allí ocho efectivos que en febrero de 2013 trabajaban en la comisaría de Verónica. Sólo dos de ellos fueron cambiados de destino desde aquellos días.
Todos de alguna u otra manera tuvieron algo que ver durante las horas posteriores al hallazgo del cuerpo de Sebastián. “La displicente labor del perito Daraio marchó a la par de una variedad de irregularidades que mostraron los agentes de policía en la tarea de resguardo y conservación de las evidencias”, sostiene la presentación de Fernanda Nicora junto a la abogada Margarita Jarque, directora del programa de Litigio Estratégico de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM).
El trabajo del médico no respetó “los cánones mínimos de calidad que componen la entidad del saber y proceder de un médico forense”, pero tampoco lo hicieron con su trabajo los uniformados que debían preservar la escena del crimen. Por eso la denuncia dice que “la inoperante práctica médica no puede conceptualizarse al margen de la multiplicidad de anomalías”. En otras palabras, se plantea un correlato de acciones pensadas para conseguir el ocultamiento.
Empezando por el principio, la denuncia sostiene que la razón de la muerte de Sebastián mal pudo haber sido indagada cuando desde sus orígenes los encargados de conservar los rastros e indicios, en verdad los contaminaron. Y en ese punto plantea que no es posible certificar que el sector de la playa donde fue hallado el cuerpo haya sido debidamente perimetrado. Hay testimonios que se contradicen y no aclaran el punto.
Esa imprevisión evitó, por ejemplo, que la técnica superior en papiloscopía y levantamiento de rastros, Patricia Ferriti, pudiera detectar los rastros de un cuatriciclo que otros testigos dijeron haber visto alrededor del cadáver cuando llegaron. La pista no es menor atendiendo la sospecha de que Sebastián pudo ser asesinado en otro sitio y depositado en el lugar donde fue hallado.
Cuerpo movido
Pero más grave tal vez sea que el cuerpo haya sido tocado y movido antes de que llegaran la Policía Científica y los peritos. En la instrucción, es uno de los uniformados, el oficial principal Javier Maciel, el señalado por sus propios compañeros.
Por un lado existen en la causa testimonios que indican que lo vieron agacharse junto al cuerpo y tocarlo, y por otro, otros testigos dan cuenta de un cambio en la posición del cuerpo antes de que llegaran los peritos.
El movimiento irregular se desprende también de la voz del testigo que encontró el cuerpo de Sebastián (cuya identidad consta en la denuncia) quien en su testimonio, al ver las fotos del lugar, indicó que el cuerpo no estaba como aparece en la imagen.
La ley y el orden
Esas circunstancias podrían explicar la aparición de las llaves de la habitación 20 del complejo Santa Rita, donde Sebastián se había alojado, y la posterior inspección irregular del lugar realizada por los uniformados de Punta Indio, arropados de golpe como detectives de serie televisiva. Uno de los efectivos dice haber detectado en uno de los bolsillos del short de Sebastián –ya de mañana- un llavero con la inscripción “Estancia Santa Rita”. Era un elemento que no había visto antes pese que ya habían pasado varias horas.
Pero su relato no queda allí. Reconoce además que fuera de todo protocolo se llevó esa llave, la cual más tarde fue usada para realizar una inspección en la habitación que había ocupado Sebastián. Un comportamiento irregular –tomar la llave- derivó en otro –.
Según la denuncia por encubrimiento, hubo allí una intromisión indebida en una labor de relevamiento que es propia de la policía científica. Esto podría derivar en violación de la intangibilidad del lugar al que más tarde accedieron los peritos de la Policía Científica, “viciando su posible utilidad”.
Uno de los apuntados en ese tramo vuelve a ser Maciel, un personaje con quien Fernanda Nicora chocó varias veces cuando ella intentaba acercarse al submundo de la noche en Verónica, para aportar información a la causa. El policía —junto a otros efectivos— también registró e incautó objetos de manera ilegal en la casa de Fernanda y Sebastián.
Tanto el acceso a la vivienda como la apertura y el registro de un vehículo en el que Sebastián supuestamente pasaba momentos del día, se realizaron sin una habilitación judicial que lo disponga, y sin necesidad o urgencia que lo justificaran.
La secuela
A partir de estos datos, en las conclusiones de la denuncia por encubrimiento se habla de una “comunidad de individualidades” que descuidaron las evidencias que dejó el delito y entorpecieron la búsqueda de verdad.
“Todas ellas fueron formalmente realizadas por personal perteneciente a la policía de la provincia de Buenos aires” reafirman, y avanzan planteando que intentar presentarlas como una “fortuita coincidencia de voluntades displicentes se desmorona al reducir dicha premisa a la lógica del absurdo”.
El crimen de Sebastián Nicora sigue impune y no existen indicios concretos sobre quién pudo haber gatillado sobre su cabeza y por qué. Los únicos elementos apuntan a la presunta trama de encubrimiento, que sigue activa, en la que aparecen involucradas personas que a diario conviven con Fernanda en una comunidad pequeña que todavía se resiste a despertar.